miércoles, 30 de mayo de 2012

En brazos del Caribe


Estoy en brazos del Caribe,
llenándome las manos con su aguas
su cuerpo de mar henchido,
presiona su oleaje mi ensenada.
Estoy en brazos del Caribe,
hermano del Egeo, y como él,
amante,
aliento de sal  y sol,
beso indiscreto
que marca mi piel de caramelo,
canela, vainilla, chile y chocolate,
tambores y sufrimiento.
Estoy en brazos del Caribe
arrullo y suave cadencia
balada hecha de olas,
canción de mar y de nostalgia,
de amores, piratas y recuerdos.
Estoy en brazos del Caribe,
collar de caracolas y de conchas,
tortuga solitaria, brisa cálida,
huracán y cielos despejados.
Estoy en brazos del Caribe,
y si he de morir…
aquí lo haré.
Malena Cid
2012©todos los derechos reservados.

sábado, 26 de mayo de 2012

Memorias de una chica mala (capitulo 2)


A lo largo del tiempo ha habido periodos en los que me he sentido confundida, sola, extraña, incluso un poco malvada, supongo que es hasta cierto punto natural, a todos nos ha pasado, pues sin importar lo perfecta que sea nuestra vida, los seres humanos tendemos a joder las cosas.
Sin embargo esos periodos nunca son más violentos o difíciles de sobrellevar que  mientras atravesamos los vendavales de la adolescencia. Es entonces cuando y a pesar de que, en apariencia debamos estar llenos de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, en realidad tan sólo somos humanos y de un modo u otro siempre terminamos haciendo y diciendo cosas de las que nos arrepentimos más tarde.
Algo así fue lo que ocurrió la primera vez hablé con Alex.
Podría argumentar, para defenderme, que justo en ese momento, mi pobre humanidad era presa de mis malvados impulsos hormonales que me obligaban a ser literalmente una perra del mal.
Pero no lo haré.
Éste es mi diario y es aquí donde puedo ser absolutamente honesta, para aceptar que la regué (como decíamos entonces) y convertí la oportunidad de comenzar de cero, con un nuevo profesor, en algo parecido a un pequeño cuento de horror.
Mi única excusa es que la mañana de ese día me levanté con el pie izquierdo o mejor dicho no llegué a acostarme. Aquella noche la pasé arrellanada sobre un sillón, mientras mis viejos (como siempre) usaban las horas muertas de la madrugada para tratar de hacerse más daño.
Aun ahora, y a pesar de que el paso de los años me despojaron de todo sentimentalismo inútil, recordar aquel dolor convertido en palabras, todavía consigue estremecen a la chica que fui.
Un genio de mil demonios, delineado oscuro en los ojos, rastas en el cabello,  botas de trabajo y la actitud de me vale madre la vida, fue lo que llevaba como escudo para confrontar los resultados del test de diagnostico.
—Mondragón — me llamó Alex con voz clara. De inmediato el vientre se me llenó de mariposas, aunque tuve el cuidado de actuar como si todo me tuviera sin cuidado.
No sé que debió pensar al verme aunque reconozco que no pareció particularmente impresionado por mi aspecto,  De haber estado en su lugar no habría vacilado en tacharme, al menos, de problemática por no decir de loca.
—Mondragón—repitió  en cuanto estuve a su lado.
Si, ese es mi apellido, pero no lo gastes… pensé
No se la puse fácil, no estaba de humor para ser condescendiente así que todo lo que hice fue mirarlo con hastió, hasta que sus manos de dedos largos y elegantes tomaron con un poco más de fuerza de la que era normal, el legajo de papeles que yacía sobre el escritorio.
—Tome asiento — me pidió tras la pausa y con la misma desgana de siempre me dejé caer en una silla que él mismo había colocado junto a su escritorio.
Tras un par de segundos de embarazoso silencio, los cuales pasé mirando la rayada punta de mis botas, Alex carraspeo y dijo —¿problemas?
No pude evitar reír con amargura. Más de los que imaginas idiota....
—¿Algo es gracioso? — preguntó ligeramente exasperado, era claro que no tenía idea de cómo lidiar conmigo.
Sintiendo una alegría malvada ladeé la cabeza en un gesto ambiguo.
—A tu edad no debería haber — dijo e hizo un gesto de cansancio
Si…claro…se nota que no recuerdas lo que es tener 17… pensé al tiempo que cabeceaba rencorosa.
—Supongo que está de más preguntar.
No me sorprendió su aparente interés. De tanto en tanto aparece algún profe que parece creer que, con un poco de dialogo, las cosas cambian…Ilusos
Me encogí de hombros.— ¿Que quiere saber? — murmuré finalmente.
Mi voz lo sorprendió y hasta conseguí que sonriera.
—Tu nombre para comenzar.
No pude evitar la mueca de hastío, era más que obvio que sabía quién era, después de todo lo había escuchado pronunciar mi apellido.
—Sería redundar — dije sin ganas de ceder
Su sonrisa se tornó genuina antes de repetir — Redundar…interesante palabra.
—Significa repetir…— gruñí enojada — además es sólo una puta palabra.
Debí haber cerrado la boca, pero no estaba de humor para soportar a otro idiota (por muy bueno que estuviera) burlándose de mí y de modo de hablar.
El agraciado rostro de Alex se crispo, sus sensuales labios se convirtieron en una línea.
—Julia Mondragón— pronuncio mi nombre y apellido, en lo que me pareció un burdo intentó de intimidación.
Ahí va…uno más que enseña el cobre, pensé esperando la llamada de atención reglamentaria.  Una parte de mi se sentía realmente desilusionada. No sé porqué, pero había esperado algo más de él, por otro lado era bueno saber que no tenía que idealizarlo. El profe Petricelli era igual a los demás, tan sólo otro maestro obtuso incapaz de ver nada más que mi apariencia.
—Lamento si creíste que me burlaba— su tono se suavizo a pesar de su obvia contrariedad— nunca fue mi intención, en realidad me resulta estimulante encontrar a alguien con variedad en el vocabulario.
De no ser por la costumbre de mantener un rostro neutro creo que habría abierto la boca. Nunca antes había recibido una disculpa o un halago y mucho menos de un maestro.
—Desde luego, conozco tu nombre, número en la lista y hasta el promedio de calificaciones,— continuó impertérrito — simplemente creí que escucharlo de ti era una buena forma de romper el hielo.
Tenía razón, lo sabía.
La vergüenza coloreo mis mejillas, me sentí torpe y estúpida, una nena malcriada incapaz de ver nada más allá de sus narices.
A pura fuerza de voluntad conseguí balbucear una disculpa y me alejé de ahí, más enojada conmigo de lo que había estado con el mundo.

Memorias de una chica mala


No creo en el amor.
Nunca lo hice, ni siquiera cuando era adolescente y mis alocadas hormonas me convirtieron en una criatura calenturienta incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el romance a quien, desde ese entonces, le di el acertando nombre de cachondeo.  
¡Ah!… si mi madre hubiera sabido de mis experimentos de autocomplacencia, seguramente me habría amenazado con el infierno y la vergüenza, por no mencionar el sinnúmero de enfermedades mentales que los actos de tal naturaleza acarrean a las jóvenes díscolas como lo yo.
Lo bueno fue que nunca se enteró, supongo que no le cabía en la cabeza que su tierna hija menor, a quien con tanto esmero había educado, era en realidad una ninfómana en ciernes.
Recuerdo bien que desde que tenía 15 años y en cuanto acepté finalmente que el matrimonio feliz de mis padres era tan sólo una falacia, pues vivían en medio de una soterrada guerra en la que nunca había un ganador sino muchos perdedores.
Ver las batallas y las luchas entre ellos me hicieron comprender una verdad que ha acompañado mis pasos a lo largo de la vida: el amor es tan sólo una palabra para disfrazar el deseo.
Gracias a la falta de moderación de mi padre y a sus muchas indiscreciones (como a mi madre le Alextaba llamar a las mujeres con las que le pintaba el cuerno) aprendí que los hombres buscan a las mujeres para follar y que las palabras tiernas se terminan en cuanto el sexo deja de ser una promesa y se convierte en una realidad.
Suena cruel, pero al fin y al cabo (y gracias a mis viejos) yo me convertí en una adolescente atípicamente cínica con respecto al amor. Nunca creí en los cuentos de hadas, ni en las historias rosa en las que los protas sortean mil dilemas y al final viven felices comiendo perdices.
Nop… yo era rara, diferente, en cierto modo madura, en otro, una deficiente emocional. A la luz de los años puedo ver claramente que no era natural que, aun a la tierna edad de diecisiete años, no anduviera en busca del amor, como todos los demás miembros del rebaño juvenil,  sino en pos del hombre con quien me acostaría por primera vez.
Es cierto que tuve novios, chicos de buen ver con los que pasé tiempo y a los que dejé meter mano…hasta cierto punto.
A pesar de todos mis calores de adolescente, siempre hubo un instante de duda, una línea que no me atrevía a cruzar, no por temor— el temor era desconocido para mí en aquel entonces— sino por alguna oscura razón que no descubrí sino hasta que lo conocí.
Pensar en él me hace recordar el mundo en el que crecí, que a la luz de los años me resulta tan distante del que ahora vivo, como del cielo a la tierra. El internet ni siquiera pensaba en existir, los celulares tampoco—salvo en las películas de 007— el ritmo era otro y las maneras también.  
El punk no era moda sino actitud y por razones por demás obvias fue la que asumí, tratando, sin éxito, de obtener un poco de atención.
A mis viejos les deba lo mismo si me delineaba los ojos al estilo Cleopatra o si usaba esmalte de uñas digno de un enterrador. No es que confiaran en mi juicio o que llegaran a la conclusión de que estaba atravesando una etapa y ya se me pasaría, simplemente creo los dos que estaban demasiado ocupados con el infierno en que se había convertido sus vidas como para tratar de controlar la mía, así que básicamente yo estaba por mi cuenta.
Ciertamente compensaban su forzada indiferencia pagando la matricula de un carísimo instituto educativo, afiliado a su vez a una institución religiosa de abolengo, a la que yo odiaba.
Cada día era un suplicio, simplemente no encajaba en aquel bastante homogéneo grupo de adolescentes y sin embargo prefería asistir a clases, que quedarme en casa. 
A pesar del tumulto emocional en el que vivía inmersa, se podría decir que mi vida era aburrida, no era el arquetipo de la adolescente que les Alexta presentar a las novelas, es decir nunca fui adicta al sexo, las drogas o la adrenalina.
Mi más grande vicio: fumar en los baños.
El pecado más oscuro— hasta ese momento—: el deseo de terminar con todo.
Supongo que se podía decir que más que una chica mala, era tan solo una cría triste, sin muchas expectativas, y por cómo me encarrilaba hasta ese momento, sin futuro.
Hasta que Alex apareció, no como un alumno más, sino como el profesor sustituto Alejandro Petricelli, quien llegó un viernes de verano a hacerse cargo de la clase de mate, con apenas veintiseis años a cuestas.
Capitulo 1

Alex Petricelli medía un metro ochenta de estatura,  tenía un cuerpo esbelto pero elegantemente musculado, abundante y ensortijado cabello oscuro, más largo de lo habitual, una nariz digna de una escultura griega  y ojos del mismo tono de la noche.
Sus pestañas eran tan largas que casi estaban fuera de lugar, sin embargo la dureza de sus pómulos y la barba de un día, que ensombrecía su fuerte mandíbula, equilibraban la masculinidad de su rostro.
Aun recuerdo el momento en que lo vi entrar con paso decidido en el salón de clases, con aquellos prohibidos jeans negros que se abrazaban a sus muslos, una camisa de vestir que parecía usar casi a regañadientes y aquellas botas de trabajo, tan parecidas a las que yo llevaba por simple rebeldía.
Por única en mi vida, sentí como si un millón de mariposas volaran en mi vientre.
Bello… fue un pensamiento fugaz, pero sorpresivo. Después de todo no era el primer hombre guapo que veía. Sin embargo había algo en él que me hacía sentir exactamente como una adolescente debe: emocionada, acalorada y muy, muy tonta.
Y odie la sensación.
Alex asentó sus cosas sobre el gastado escritorio y se volvió hacia la clase que por alguna razón, guardaba un hermético y sorprendido silencio.
—Buenos días — saludó y el acento extranjeramente argentino de su voz, convirtió las mariposas de mi vientre en brazas ardiendo dentro de mi pecho.
Juro hasta el día de hoy que toda la población femenina de la clase suspiró al mismo tiempo. Si él se dio o no cuenta, no lo sé, aunque una reacción así es difícil de pasar por alto, sin embargo él actuó como si nada.
—Mi nombre, es profesor Alejandro Petricelli — dijo enfatizando la palabra profesor, antes de continuar impertérrito con su presentación en medio del pequeño barullo que siguió a la sorpresa. Con prisa y en medio se soterradas expresiones de asombro, mis compañeros fueron tomando sus lugares.
Al frente de la clase, Luz y Gaby perfectamente sentadas en sus pupitres lucían como un par de niñas buenas que realmente eran. Dos lugares tras ellas, Fabiola, jugueteaba coqueta mientras exhibía la misma sonrisa boba que todas parecían compartir.
Excepto yo, la única en aquel grupo de 30 jóvenes preparatorianos cuyo rostro se negaba a seguir las pautas del rebaño, sin embargo puedo recordar cada detalle de ese día, cada sonido. Puedo recordar incluso las respuestas a las preguntas formuladas por mis condiscípulos.
Si, era de un lugar lejano llamado Mar de Plata (era la primera vez que escuchaba hablar de él) en Argentina.
Si él, era profesor sustituto.
No, no sabía cuándo volvería el profesor Santiago a hacerse cargo de la clase.
Si (risa condescendiente) era soltero. Más risas tontas de las chicas de la clase…pero tenía una novia formal.
Ah… (suspiros desencantados de las chicas)
Desde el fondo del salón— a donde los parias íbamos a parar— yo podía darme el lujo de mirarlo, pues como es usual, los profes le dan poca importancia a los chicos problemáticos.
Excepto que en un instante y sin razón a aparente él, Alejandro—Alex— Petricelli, me miró directamente y sin dejarse intimidar por mi actitud.
Algo que parecía casi eléctrico corrió por mi vientre. Durante menos tiempo de lo que demora un latido, su mirada corrió por mi piel con la apreciación de un hombre no de un niño.
Sentí mis mejillas arder mientras mi traicionero corazón perdía el compas.
Hasta que recobré la sensatez y comprendí que era sólo la imaginación y las hormonas jugándome una mala broma al hacerme sentir atrapada y seducida por el deseo de creer en una falacia.
Enamorarse era tonto, infantil, cursi, ridículo y potencialmente peligroso especialmente cuando se trata de un imposible.
Lo sabía bien, sin embargo, ni siquiera yo era inmune al seductor encanto del romance.


viernes, 25 de mayo de 2012

Soy


Soy ese pájaro hecho de fuego
incapaz de posarse en rama alguna,
la piedra que contuvo una espada,
amante de dolores y de rutas.
Soy la multicolor y la negrura,
insatisfecho pozo de deseos,
la musa y la esclava,
la dueña y la sirvienta,
la sirena cautiva en tu pecera
cantando canciones de nostalgia,
el águila encadenada a tu lecho
por cadenas de amor…la más pesadas.
Soy lo que nunca fui
más que la suma de mis partes,
veta de oro escondida en tu coraza,
la llave del tesoro que has perdido.
Soy la que nunca confesaras amar
Y amaras sin medida,
pero sin constancia.
Llaga viva, de memorias llena,
la sal de tus heridas,
noche de todos tus sueños.
Malena cid
2012©Todos los derechos reservados.