domingo, 24 de mayo de 2009


Prologo

Siempre creí que había cosas inevitables: el paso del tiempo, el envejecimiento, la muerte y por supuesto la curiosidad humana. De las tres anteriores siempre fui conciente pero nunca de mi propia naturaleza fisgina.

No hasta que hasta que fue demasiado tarde y mi curiosidad me metió de cabeza en una de las situaciones más extrañas y desconcertantes de mi vida, misma en la que nunca pensé verme envuelta.

Todo ocurrió en una tarde de verano en Schneider Park, en la bella ciudad de Durango en Colorado, el lugar en donde había nacido y en donde vivía desde siempre rodeada por sus imponentes montañas púrpura de cumbres eternamente nevadas.

Invariablemente como ocurre durante el corto y torrido verano hacía calor y alta humedad, tanto que yo sudaba profusamente mientras corría intentando completar los cinco kilómetros diarios que me asegurarían que jamás y esa era la palabra correcta JAMÁS volvería a pesar los setenta y cinco kilos que pesé al termino de mi matrimonio.

No recuerdo bien que fue lo que me llamo la atención: el gruñido satisfecho, el jadeó indiscreto o fue simple suerte lo que me llevó a mirar, tras haber abandonado mi ruta habitual y adentrarme en una senda un tanto apartada del parque en el que corría.

El motivo fue lo de menos el hecho es que nunca olvidare lo que experimenté esa tarde por primera vez:

Manos grandes, fuertes, firmes. Brazos musculosos envolviendo una cintura. Un par de labios devorándose con la pasión de quien ya se conoce bien. Un par de cuerpos pegados, frotándose uno contra el otro, jadeos roncos de deseo y placer.

Las bragas se inhunadorn con mis jugos al tiempo que mis pezones se convertían en endurecidas cumbres que empujaron contra el corpiño deportivo irguiéndose anhelantes de esas caricias. Sin conciencia de lo que hacía una de mis manos fue directo a mi dolorido coño frotando por encima de mis pantaloncillos de deporte, para tocar mi dolorido clitoris dejándome acalorada e infinitamente insatisfecha.

Nunca fue mi intención convertirme en Voyeur pero no pude evitarlo y ¿Quién hubiera podido?

Éste es el prologó de mi nueva novela que titulé Fénix, y que forma parte de la antología Divorciadas.

Espero que sea del agrado de todos.