Era cuestión de sangre,
no de muerte sin embargo entre los míos ambas cosas se confunden a menudo, así
que cuando hundí los colmillos en aquel cuello de cisne, el hambre y la demencia
se mezclaron hasta hacerse uno.
-No –gimió ella al
sentir la mordida.
Si…grité con la mente
al sentir su vida fluir para llenarme la boca y deslizarse por mi lengua con
ese sabor rojo y ferroso de la sangre. El ansia nublo mi mente, mis manos se
asieron a su cintura, la apreté furioso contra mi cuerpo mientras bebía con avidez.
Ella gimió de nuevo,
esta vez no fue una palabra sino un sonido leve y fugaz como un suspiro. Mi antiguo
yo se agitó bajo el barniz de civilización con que los siglos lo habían
cubierto. Sentí mi autocontrol agitarse bajo las embestidas de la bestia sedienta
de sangre que una vez fui.
Fue el tiempo que dura sólo
un latido, el mismo instante que le toma a un corazón estrecharse para impulsar
la sangre y mantener la vida, en el que me vi suspendido entre el cielo y el
infierno.
Así mismo fue el aroma
de su miedo, la excitación que me producían sus patéticos forcejos lo que me devolvió
a un pasado distante y glorioso. Una Era perdida en mi memoria en la que fui
reverenciado, temido, amado y odiado como un dios impío.
El ciclo se completaba,
el eslabón se unía a la cadena, la locura se imponía a la vida del mismo modo
que el amor era aplastado por el hambre.
Y mientras la
desangraba apretándola entre mis brazos comprendí por fin el alcance de la maldición:
Nada podría salvarme, ni siquiera el amor.
Al final no había
esperanza, tan sólo muerte.
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