—Resulta
más teatral de lo que es en realidad.
Las
palabras— venidas de algún punto a mis espadas, me hicieron saltar como un
conejo aterrado.
—¿Qué?...
¿Quién?...yo…— balbuceé como un idiota mientras giraba en redondo buscando el
origen.
—El
asunto de la autopsia…— respondió un chico, o más bien un niño con aspecto de
haberlas pasado jodidas: flaco como un fideo, blanco tirando a transparente y
cuya ropa era un conjunto de harapos grises en los cuales sólo la posición con
respecto a su cuerpo— o la representación de éste— diferenciaban.
—Es
horrible — respondí sin saber si me refería a él, la situación o al desastre
sangriento en que se había convertido mi cuerpo.
El
chico se movió aunque no fue exactamente como si lo hiciera, más bien fue un
asunto de estar y no estar. En un momento lo tenía frente a mis ojos y al
siguiente ya no.
—Ni
tanto — dijo a mis espaldas, obligándome a girar de nuevo, esta vez
confrontando la chocante escena de mi torso abierto
Volví
a experimentar, la ya conocida opresión en el pecho, que nada tenía que ver con
malestares físicos, al ver la forma en la que había terminado en envase vacío
que había contenido mi alma.
—No
te sientas tan mal — dijo desde el otro lado de la fría mesa de acero sobre la
que yacía mi cascaron, — en realidad te ves mejor que la mayoría de la gente.
—¿Se
supone que eso debe consolarme?
—Sólo
si antes de morir tu nivel de inteligencia era igual al de una Barbie —
respondió mordaz al tiempo que tocaba la frente de lo que había sido mi cuerpo,
para mi sorpresa una capa de hueso y piel se desprendió dejando al descubierto
el cerebro.— y aquí hay más que raíces.
No
supe que responder, me sentí horrorizada pero también entumida a la vez, así
que me limité a cabecear ambiguamente.
—Aunque…—
dijo ante mi silencio — podría equivocarme.
—¿Tú
crees? —pregunté extendiendo la mano para tocar piel que alguna vez llamé mía y
sin ser capaz de sentirla— yo…no lo dudo.
El
pecho del chico se crispó emitiendo un gorjeo que se parecía a una risa —¿Por
qué? la gente estira la pata por tonta, — precisó y luego se quedó callado un momento —
bueno, algunas veces sí, pero no creo que sea tu caso.
—¿Estoy
muerta no? —le espeté casi deseando que me corrigiera.
—Totalmente.—
dijo sin vacilar, — como un gato en una autopista a la hora pico.
Era
una alegoría de lo más perturbadora, al igual que el espectáculo de mi ex corazón
yaciendo sobre la balanza como en espera del juicio final.
—¿Qué
posibilidades tiene una chica lista de acabar en éste lugar?
—¿Sinceramente?
— el chico se rasco la cabeza en un gesto muy … vital — las mismas que una
chica tonta, el único requisito es respirar previamente.
Menuda ayuda, pensé
irritada,—No me digas.
—No
preguntes estupideces si no quieres respuestas estúpidas.
—Vaya
— lo miré casi con ira — muerta y en adorable compañía.
—No
te quejes podría ser peor, — el chico alzó sus famélicos hombros —agradece que
no te topaste con el comité de recepción.
El
recuerdo de las fantasmales manos tratando de sujetarme me estremeció de los
pies a la cabeza —Los…los…— ni siquiera era capaz de encontrar la palabra que
los describiera, un frio que no tenía nada de natural pareció rodearme al
pensar en ellos.
—Así
que ya los has visto, ¿En serio? — el chico me miró con interés y chasqueo la
lengua —¿Los fantasmas del precinto?
—Los
silenciosos —rectifiqué devolviéndole la mirada —si, los he visto.
—¿Cómo
lograste escapar de ellos?— preguntó sorprendido.
—No
lo sé.— atiné a murmurar, — de verdad no lo sé.
El
chico silbó y de nuevo tuve esa extraña sensación de irrealidad. Quien quiera
que fuera parecía extrañamente enérgico…vivo diría.
—Has
tenido suerte hermana — murmuró — más de las que te imaginas.
Me
reí con amargura — Dudo que terminar en una mesa de autopsia pueda llamarse
suerte.
—Como
dije antes — el chico suspiró — hay cosas peores que la muerte.
Nos
quedamos en silencio un largo rato, él parecía evaluarme y yo fingía centrarme
en mis despojos mortales.
—¿Quién
eras? — pregunté sin estar segura de porque hice la pregunta en pasado.
Un
suspiro sonoro y a la vez quebradizo llenó la sala, más que un acto corporal,
era una manifestación casi física de un dolor profundo.
—Soy
— él me corrigió mirándome con unos ojos extrañamente incoloros —aun soy.
Una
profunda sensación de vergüenza me cubrió, ¿Cómo se me había ocurrido formular
de esa manera una pregunta que en mi nuevo estado resultaba insultante?
—Eres
— dije corrigiéndome —¿Quién eres?
Una
sonrisa triste se anuncio en los delgados labios del chico, una que sin embargo
no llegó a completarse y murió convertida en mueca —lo mismo que tú, supongo.
Supongo… su
respuesta me dolió, así que alegué con rabia—¿Y que se supone somos? ¿Fantasmas? ¿Aparecidos? ¿Almas en pena? o... —titubeé
antes de formular la última pregunta, hacerlo requirió toda la fuerza de
voluntad que aun me quedaba— ¿Demonios?
—No
—él respondió más rápido de lo que esperaba y con una entonación absurdamente
chillona que hizo vibrar el liquido de los frascos pulcramente alineados en las
repisas de la pared, — no —repitió como intentando convencerse y esa duda
reflejada en su voz, fue tan aterradora como el abrazo de los silenciosos.
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