Mientras
vivía escuché decir muchas cosas sobre la muerte, mi abuela hablaba de un
paraíso donde -con la excepción de mi padre, quien por el contrario, aseguraba
que, al estirar la pata (su eufemismo fúnebre favorito) todo terminaba. - la
familia estaría juntas y feliz para toda eternidad.
Los
dos estaban equivocados, tras mi muerte no encontré el paraíso que la abuela
prometía, ni hubo coros de ángeles, túneles de luz o cosa parecida. Papá
tampoco acertó porque no desaparecí, ni perdí la conciencia ni me esfumé en la nada, al contrario, seguí
siendo yo, Lucía Maller la misma patética criatura de siempre.
La
realidad es que la muerte se parece a la vida o para explicarlo (de la manera
más concreta que se me ocurre) estar muerta es como estar viva en un plano diferente.
Tal
vez pareciera que trivializo el asunto, pero ¿Qué más puedo hacer? temo que, si
profundizo en mis sentimientos perder la razón, ya tengo suficiente con adaptarme
a no respirar, como para agregar locura a la ecuación.
Por
el momento, me va mejor no pensar en mi nuevo estado y es que algunas veces la
realidad puede ser más aterradora que la misma muerte.
No
es que no comprenda la enormidad del hecho, es sólo que no encuentro palabras para
describirlo, mis emociones al igual que en vida, no tienen una forma concreta,
son más bien capas y mezclas incomprensibles, porque aun ahora, la verdadera
naturaleza del odio, el amor o la indiferencia siguen siendo un misterio.
Sin
embargo, a pesar del temor, a pesar incluso del riesgo de la locura, siento la
indeseada y al tiempo inevitable necesidad de saber.
Se
dice que el conocimiento es poder, pero justo ahora no lo siento así, saber es
temer. No tanto quien me hizo esto, sino el porqué, que es, en última instancia
la pregunta más difícil de responder y de la que no puedo huir.
Sé,
de cierto, que alguien terminó con mi vida. Un ser, digámosle humano, me puso
en ésta condición, de la que me es imposible escapar. Saber quien, no cambiará
las cosas, pero… saber seria un comienzo.
Imagino
que si consiguiera recordar mis últimas horas, tendría la imagen de mi asesino,
tal vez hasta un nombre, lo que me haría más fácil responder a la pregunta que
ahora me atormenta: Por qué.
En
el poco tiempo que llevo de muerta (si tuviera tráquea me atragantaría al
decirlo) no he podido pensar en otra cosa.
¿Hice
algo malo? ¿Hablé con la persona equivocada? O ¿Quizás fue simplemente mala
suerte?
Esa
es la parte que ignoró y que me causa aun más repulsión que mirar mis despojos
desde fuera me doy cuenta, no sin cierta furia que muerta soy aun más lastimera.
El
rojo teñido de mi cabello, luce ahora más sucio y desaliñado que de costumbre, tengo
la piel del color de la ceniza, fría y llena de laceraciones que ya no curaran,
aunque todavía llevo el esmalte azul que le puse a mis uñas el jueves… ¿El
viernes?…o ¿Qué día es hoy?
No
lo sé, mi precepción del tiempo parece tan alterada como mi estado físico, soy
incapaz de recordar o situarme y comprender si es día o noche, primavera o
verano, aunque podría ser primavera y verano, otoño e invierno, abril y junio,
todo a la vez.
De
cualquier manera no importa.
Como
tampoco importa la falta de modestia de mis desgarradas ropas: la camiseta
negra con la imagen de una virgen parece un trapo mugriento que cuelga de mis
hombros, los viejos y desteñidos jeans tienen más raspones de los que
recordaba, he perdido una de mis zapatillas Coverse y la otra está cubierta con
algo que puede ser sangre, vomito… o las dos cosas.
Sentiría
asco por lo que fui, pero no puedo, aunque tampoco hay pudor, ese ha
desaparecido y tan sólo queda la pena.
Miro
la cascara vacía que fue mi cuerpo, casi sin reconocerme. La vida abandonó mis
ojos, que ahora, glaucos y fríos, fijan la mirada ciega en algún lejano punto.
Sentí
la rabia más abyecta descender sobre mí como un sudario mojado y frio.
Es
cierto, yo no era una supermodelo, ni una científica de altos vuelos… ni una
madre. Nunca había hecho grandes cosas – y ya nunca las haría- pero estaba
viva, tenía un cuerpo que, sin ser el epitomé de la belleza femenina, por lo
menos, era mío, un corazón que latía en mi pecho, ojos, manos, piel y si bien
no era la gran cosa, tenía un futuro, patético o grandioso, nunca lo sabría,
porque alguien cegó de golpe.
¡No
era justo!
No
lo era…
¡No!...
La
ira se acumuló en mi pecho, solida y fría como un bloque de hielo que me
aplastaba hasta convertirme en simple oscuridad. El dolor que me atravesó fue repentino
y brutal que habría perdido el aliento… de tenerlo.
Nunca
antes en vida sentí una emoción con tan horrenda pureza. y puesto que mi ser
estaba -por decirlo de algún modo-en carne viva no había manera de escapar, ni arrinconar
el sufrimiento en algún pequeño espacio de mi mente o encerrarme a mi misma ahí
y cambiar la desesperación por un dolor físico, puesto que el cascaron vacío de
mi cuerpo ya no me permitiría esa forma de evasión.
Un
grito de rabia y agonía estalló en mis labios, incontenible y sangriento como
la flor roja que desgarraba mí pecho. Un alarido de muerte, hecho por la muerte
misma, reverbero en las agrietadas paredes, agito las grasosas cortinas de una
habitación que ya no era mía e hizo vibrar la superficie del agua que se
acumulaba sobre los platos sucios.
El
mundo entero pareció estremecerse alrededor pero ninguno de los vivos, a
excepción del detective d O´Connor y el perro de la unidad k-9, fueron capaces
de sentir el impacto de mi desesperación.
¿Qué
coño era aquello de descansar en paz?
No he leído la primera parte, pero esta segunda parte me parece interesante. No tengo ni idea de qué puede hacer una muerta para cambiar la situación que la agobia (que parece irreversible). Saludos. :)
ResponderEliminarGracias por leerme Martín, y me alegra mucho que te haya parecido interesante, Lucía tendra que desenredar la madeja y veremos que pasa.
ResponderEliminarUn beso...Malena