sábado, 16 de junio de 2012

Lucía Maller Capitulo 3


Perderse en las emociones no es buena idea estando viva, el riesgo de dejarse ganar por la pasión y hacer algo estúpido es enorme.
Muerta es aun peor.
Mi estallido no fue liberador sino al contrario, al no tener la restricciones que la física impone, el espíritu queda a merced de la fuerza de las emociones incapaz de sujetarse a nada.
Me tomó un tiempo rehacerme, por darle nombre al proceso lento y doloroso de tomar conciencia de mi misma, el suficiente para que el escenario cambiara. 
La policía y toda su parafernalia habían desaparecido, al igual que mi cuerpo y en mi antigua habitación tan solo quedaban las huellas de lo que fue y ya no era.
La tarde caía y la moribunda luz del ocaso formaba sobras alargadas sobre el piso manchado con…
Mi sangre.
lo supe al instante pero rechacé cualquier sentimiento de autocompasión, no ganaba nada revolcándome en mi miseria. A duras penas había salido de un estallido emocional, no quería caer en otro de nuevo y menos tan pronto.
No tener cuerpo tiene sus ventajas, la más obvia en ese momento era la ausencia de olores. Ya era malo ser testigo de una parte de la descomposición para, además, soportar el hedor.
Tratando de no mirar y aunque parezca cosa de locos, tampoco pisar las manchas, decidí que no ganaba nada con permanecer ahí. En vida me la pasaba encerrad en esas cuatro paredes, ahora tenía el menor deseo de repetir el patrón.
Lo cual me planteaba una extraña disyuntiva a donde ir o más extraño ¿a qué?
La imagen del detective O,Connor apareció ante mis ojos, clara y nítida como solo puede serlo la realidad y antes de ser capaz de comprender como, me encontré de pie en medio de un salón lleno de escritorios, polis y delincuentes y algo más.
Algo que me habría quitado – y no de buena manera —el aliento… de tenerlo.
Si… así es, me tomó un instante comprender que la multitud que se congregaba en aquel reducido espacio, atestando cada centímetro disponible en una espeluznante manifestación de desesperación, tenían más en común conmigo que con O´Connor.
Almas…
Decenas, o quizá cientos, miraban con ojos ausentes y expresión, vacua al circo de tres pistas que era el precinto policial.
Mi padre estaba equivocado— como siempre— el infierno existía y ésta, debía ser la antesala, pues tanto dolor y desesperación no podían venir de otra parte que no fuera el lugar maldito.
Pensamientos dispersos y erráticos se agolparon en mi mente al contemplarlos. Hombres, mujeres, niños, niñas, seres de todas las edades, tiempos, clase y condición social se agitaban en el ensordecedor silencio de las almas en pena.
¿Yo era una de ellas?…
Innumerables manos se sujetaron a mis hombros, las percibí todas, grandes, pequeñas, suaves, rudas. Al principio lo sentí casi como una bienvenida a la hermandad de la que ya formaba parte, y por un breve instante, tuve la idea de dejarme caer en el extraño abrazo.
Sería tan fácil hacerlo, tan simple renunciar a mi dolor al miedo y quedarme como un testigo silencioso…desaparecer
¡No!... no, y no. yo no pertenecía a ese lugar, no me quedaría enganchada a ese terrorífico tapiz.  Luché contra el horror recurrente de sentirme atrapada en algo oscuro e irreversible que sacaba fuerzas de mi desesperación, pues mientras más me agitaba, aquellas manos anónimas se volvían más fuertes, frías, reales, extrañamente más…  vivas.
—No…no…no…— grité, ordené y gemí.
No hubo otra respuesta que una corriente de silencioso regocijo, frio y letal como una hoja de acero al morder la carne.
Sentí lagrimas correr por mis mejillas aunque sabía que era imposible. Los muertos no lloran… ¿O sí?
—¿Por qué sigo aquí?— pregunté finalmente dejándome arrastrar.
Afortunado error…
Mi primera lección de etiqueta fúnebre vino con esa sencilla expresión, pues bastaron apenas unas cuantas palabras para hacer que la silenciosa pero violenta, aglomeración de taciturnos espíritus se apartara.
Un millón de voces, desaparecidas desde hacía mucho, murmuraron, gimieron y lloraron penas y amenazas que no conocía y tampoco deseaba conocer.
Decidí en ese momento que las preguntas existenciales no eran para los muertos. Lo mejor era dejar la filosofía a los vivos, pues a los muertos solo les importaba el descanso que les estaba negado.
Igual que a mí.
Era el momento de escapar, ahora que los silenciosos eran presa de sus sufrimientos individuales, antes de que algún detalle los hiciera reaccionaran y se acordaran de mi y de conciencia, individualidad y energía de la que parecían querer alimentarse.
Muerta si, estúpida no.
Del mismo modo en que deseé ver a O´Connor, imagine mi propio cuerpo con el único deseo de escapar y si creía que saliendo de ahí  las cosas no podían ir peor…pues, temo que me equivoqué porque lo siguiente en aparecer frente a mis ojos, fue mi propio corazón sobre una balanza ensangrentada.
Seguramente hice algo muy malo cuando estaba viva, aunque no podía recordar que.
Definitivamente karma is a bitch…

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