Perderse
en las emociones no es buena idea estando viva, el riesgo de dejarse ganar por
la pasión y hacer algo estúpido es enorme.
Muerta
es aun peor.
Mi
estallido no fue liberador sino al contrario, al no tener la restricciones que
la física impone, el espíritu queda a merced de la fuerza de las emociones
incapaz de sujetarse a nada.
Me
tomó un tiempo rehacerme, por darle nombre al proceso lento y doloroso de tomar
conciencia de mi misma, el suficiente para que el escenario cambiara.
La
policía y toda su parafernalia habían desaparecido, al igual que mi cuerpo y en
mi antigua habitación tan solo quedaban las huellas de lo que fue y ya no era.
La
tarde caía y la moribunda luz del ocaso formaba sobras alargadas sobre el piso
manchado con…
Mi
sangre.
lo
supe al instante pero rechacé cualquier sentimiento de autocompasión, no ganaba
nada revolcándome en mi miseria. A duras penas había salido de un estallido
emocional, no quería caer en otro de nuevo y menos tan pronto.
No
tener cuerpo tiene sus ventajas, la más obvia en ese momento era la ausencia de
olores. Ya era malo ser testigo de una parte de la descomposición para, además,
soportar el hedor.
Tratando
de no mirar y aunque parezca cosa de locos, tampoco pisar las manchas, decidí
que no ganaba nada con permanecer ahí. En vida me la pasaba encerrad en esas
cuatro paredes, ahora tenía el menor deseo de repetir el patrón.
Lo
cual me planteaba una extraña disyuntiva a donde ir o más extraño ¿a qué?
La
imagen del detective O,Connor apareció ante mis ojos, clara y nítida como solo
puede serlo la realidad y antes de ser capaz de comprender como, me encontré de
pie en medio de un salón lleno de escritorios, polis y delincuentes y algo más.
Algo
que me habría quitado – y no de buena manera —el aliento… de tenerlo.
Si…
así es, me tomó un instante comprender que la multitud que se congregaba en
aquel reducido espacio, atestando cada centímetro disponible en una espeluznante
manifestación de desesperación, tenían más en común conmigo que con O´Connor.
Almas…
Decenas,
o quizá cientos, miraban con ojos ausentes y expresión, vacua al circo de tres
pistas que era el precinto policial.
Mi
padre estaba equivocado— como siempre— el infierno existía y ésta, debía ser la
antesala, pues tanto dolor y desesperación no podían venir de otra parte que no
fuera el lugar maldito.
Pensamientos
dispersos y erráticos se agolparon en mi mente al contemplarlos. Hombres,
mujeres, niños, niñas, seres de todas las edades, tiempos, clase y condición
social se agitaban en el ensordecedor silencio de las almas en pena.
¿Yo
era una de ellas?…
Innumerables
manos se sujetaron a mis hombros, las percibí todas, grandes, pequeñas, suaves,
rudas. Al principio lo sentí casi como una bienvenida a la hermandad de la que
ya formaba parte, y por un breve instante, tuve la idea de dejarme caer en el
extraño abrazo.
Sería
tan fácil hacerlo, tan simple renunciar a mi dolor al miedo y quedarme como un
testigo silencioso…desaparecer
¡No!...
no, y no. yo no pertenecía a ese lugar, no me quedaría enganchada a ese terrorífico
tapiz. Luché contra el horror recurrente
de sentirme atrapada en algo oscuro e irreversible que sacaba fuerzas de mi desesperación,
pues mientras más me agitaba, aquellas manos anónimas se volvían más fuertes, frías,
reales, extrañamente más… vivas.
—No…no…no…—
grité, ordené y gemí.
No
hubo otra respuesta que una corriente de silencioso regocijo, frio y letal como
una hoja de acero al morder la carne.
Sentí
lagrimas correr por mis mejillas aunque sabía que era imposible. Los muertos no
lloran… ¿O sí?
—¿Por
qué sigo aquí?— pregunté finalmente dejándome arrastrar.
Afortunado
error…
Mi
primera lección de etiqueta fúnebre vino con esa sencilla expresión, pues
bastaron apenas unas cuantas palabras para hacer que la silenciosa pero
violenta, aglomeración de taciturnos espíritus se apartara.
Un
millón de voces, desaparecidas desde hacía mucho, murmuraron, gimieron y
lloraron penas y amenazas que no conocía y tampoco deseaba conocer.
Decidí
en ese momento que las preguntas existenciales no eran para los muertos. Lo mejor
era dejar la filosofía a los vivos, pues a los muertos solo les importaba el
descanso que les estaba negado.
Igual
que a mí.
Era
el momento de escapar, ahora que los silenciosos
eran presa de sus sufrimientos individuales, antes de que algún detalle los
hiciera reaccionaran y se acordaran de mi y de conciencia, individualidad y
energía de la que parecían querer alimentarse.
Muerta
si, estúpida no.
Del
mismo modo en que deseé ver a O´Connor, imagine mi propio cuerpo con el único deseo
de escapar y si creía que saliendo de ahí las cosas no podían ir peor…pues, temo que me
equivoqué porque lo siguiente en aparecer frente a mis ojos, fue mi propio
corazón sobre una balanza ensangrentada.
Seguramente
hice algo muy malo cuando estaba viva, aunque no podía recordar que.
Definitivamente
karma is a bitch…
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