No estaba segura de cómo
debía sentirme tras haber pasado las más increíbles horas de mi vida haciendo
el amor con Keil. Lo ocurrido entre nosotros era diferente a cuanto hubiera sentido
antes, no sabía que nombre darle, pero estaba
segura que traspasaba las barrearas del simple sexo.
Quizás tan sólo era que se
trataba de mi primera vez y me sentía un poco extraña, a lo mejor estaba
confundiendo agradecimiento con amor.
No lo creía, había
permanecido inmóvil durante muchos años pero a la vez consciente, todo ese eso
tiempo vacío me había llevado a una profunda introspección, ¿pero en que otra
actividad podía emplear mi tiempo?
Estaba segura que esto
era especial, diferente, un sentimiento que me llevaba a desear ser mejor para
él y al mismo tiempo y por extraño que pareciera hasta agradecer este castigo
que condujo hasta Keil.
Una paradoja.
—¿Estas bien?— me
preguntó una vez que nuestras respiraciones fueron calmándose mientras
flotábamos indolentemente sobre el agua dejando que el sol nos acariciara.
—Perfecta— musité casi
sin aire—¿y tú?
—Perfecto — dijo
abrazándome y girando para colocarme sobre su cuerpo.
—Hummm— suspiré al sentir
el calor en mi espalda —podría quedarme así para siempre.
El sol ya estaba subiendo
en el cielo, brisas cálidas nos envolvían dejándonos adormecidos.
—¿Te gustaría ir a la
playa?—— me preguntó acariciándome la espalda.
Me lo pensé.
Quería ir a tierra, desde
luego, no había estado de pie en doscientos, años, pero por otra parte no
deseaba estar rodeada gente. No quería a nadie entre nosotros. Si únicamente me
quedaba este día trataría de aprovecharlo al máximo.
—¿Solos tu y yo?— levanté
la cabeza para mirarlo.
—Únicamente tú y yo—
puntualizó él—quiero mostrarte algo.
—Si, claro que quiero.
Nadamos o más bien él me
llevó por muchas millas de océano, hasta llegar a donde el agua fue haciéndose
clara porque el sol traspasaba iluminando y matizando, admirada observé
nuestras sombras moverse por la arena del fondo, se deslizaban sin esfuerzo,
con elegancia, mientras la profundidad disminuía.
—Espera— Keil me detuvo
cuando intenté ponerme de pie.
—¿Por qué?
Keil se levanto
irguiéndose en el agua sin esfuerzo cambiando de posición con naturalidad, las
gotas frescas del mar se deslizaron por su piel dejando regueros brillantes que
recorrían sus cabellos, cuello, hombros cintura para unirse al mar de nuevo.
Parecía un Dios marino y de nueva cuenta me olvidé de respirar observando la
perfección de su cara, la firmeza de su cuerpo.
Sin esfuerzo alguno me
levantó para llevarme en brazos sacándome del agua como si yo apenas pesara.
Arropada entre el calor
del sol y la frescura de su piel mojada, me sentí la mujer más afortunada del
planeta mientras Keil avanzaba los últimos metros hasta detenerse en la línea
en la que el mar tocaba la arena.
Cuando arribamos el día
estaba ya entrado, el sol se encontraba alto en el cielo, ninguna nube
interrumpía el cielo y a lo lejos este se juntaba con el mar fusionándolos en
una línea que parecía eterna.
Era sí como me comenzaba
a sentir con respecto a Keil.
—Bienvenida — dijo con
seriedad antes de bajar la cara hacia mi y darme un beso hecho a partes iguales
de ternura y ardor que terminó demasiado pronto y me dejo anhelante e
insatisfecha.
Con mucha suavidad fue
bajándome hasta que ambos estuvimos de pie sobre la playa, bajo el calorcito
delicioso del sol, tan solitarios como si fuéramos los únicos seres en el
planeta.
Habría deseado que fuese
así, que tuviera alguna oportunidad con él pero la amenaza de la maldición
comenzaba a pesarme, recordándome que mi plazo se vencía mañana y que de no
volver a mi barco temía que sería Keil quien que cambiaría de lugar conmigo.
Estoy segura que hace
doscientos años la chica superficial que fui habría sacrificado al tritón sin
pestañar, pero el tiempo no pasa en balde y había dejado su marca en mi alma.
—¿Te gusta?— me preguntó
Keil sacándome de mi introspección y señalando la extensión desierta de playa.
—Me encanta— lo abracé
por la cintura para escuchar el latido de su corazón.
El rompió a reír a
carcajadas, sus hombros se sacudían y pronto me encontré riendo igual
contagiada por su entusiasmo.
—Digo, el lugar— me dijo
cuando logró ponerse serio
—Ah… eso… también, es
bonito— le dije de nuevo nos encontramos riendo como un par de chicos
despreocupados.
Fue un día perfecto, el
mejor de todos, Keil me llevó a una playa desierta, prístina, de arenas tan
blancas como debían ser en los albores del tiempo, que bordeaban un pequeño
bosque de altísimas palmeras que se mecían en la brisa, bajo las cuales
permanecimos tumbados, contemplado el mar y conversando de miles de cosas,
desde recuerdos hasta tonterías que habíamos visto.
No sé como terminé
contándole de mi vida en la isla, de mis padres, de mis recuerdos pero no pude
hablarle de la maldición, no quería ni pensar en ella y sin embargo permanecía
entre nosotros como una nube oscura y amenazante en el horizonte
Keil me contó sobre
tritones y sirenas, su amor por el mar, la felicidad que sentía al nadar sin
rumbo fijo, por sus palabras entendí el verdadero concepto de libertad que no
tiene nada que ver con hacer lo que a uno se le antoje sino con vivir sin
remordimientos.
Creo que en ese momento
comencé a amarlo, mientras hablaba de libertad y miraba el océano con brillo en
los ojos. Me había dado un día maravilloso, el mejor en toda mi vida y no me
arrepentiría nunca.
A media tarde sentí
hambre pero me encontraba tan desconectada de mis sensaciones que me llevó algo
de tiempo reconocerlo.
Keil hizo para mí un
banquete marino: ostras, camarones, cangrejos que tostó sobre una fogata, para
alimentarme con sus propias manos dándome pequeños bocados entre beso y beso,
me dio de beber agua de coco, tan fresca y dulce que me supo a cielo.
Dormitamos perezosos
resguardándonos del sol de medio día abrazados sobre la arena cálida.
En la tarde nadamos
durante horas, jugando sensualmente, explorándonos mutuamente con lánguidas
caricias y besándonos una y otra vez.
Sin embargo la melancolía
fue apoderándose de mí mientras el sol comenzaba su lento descenso,
contemplando el atardecer entendí otros concepto de libertad, la de hacer lo
correcto.
—¿En qué piensas?— Keil me
abrazó al sentir mi angustia.
—En nada realmente—
mentí.
—oh, vamos— me acarició
suavemente un pómulo antes de darme un pequeño beso en la nariz— es tu primer
día libre en— titubeó antes de decir— bueno en muchos años, tienes que estar
pensando en algo.
—En ti— respondí evitando
mirarlo para no dejarle ver mi tristeza — estaba pensando en ti.
El sonrió, su piel dorada
pareció resplandecer a la luz moribunda del ocaso. —Espero que cosas buenas.
—Las mejores— giré la
cara para poder ver sus ojos —como podría pensar otra cosa.
Lo besé, mi primera
iniciativa en un beso, antes había dejado que él tuviera decisión pero ahora
quería tocarlo, me moría por hacerlo por recorrer con mis dedos esa piel
perfecta, lisa y suave como la seda. Me
colgué a su cuello y pegue mi cuerpo levantándome ligeramente, empujándolo
contra la blanda arena hasta que los dos quedamos recostados en ella.
—Te amo— murmuró
inesperadamente contra mi boca y no pude evitar que mis ojos se llenaran de
lagrimas. Era mi primera declaración de amor que realmente era sincera.
—Y yo a ti — le respondí
entre beso y beso, segura que ese sentimiento calido y a la vez desgarrador que
me hacía feliz y miserable era amor.
Las manos que acunaban mi
cara tocaron la humedad que se derramaba de mis ojos, con delicadeza Keil se
apartó rompiendo el beso para mirarme.
—¿Por qué lloras?—— su
tono era de preocupación
—Porque me siento feliz—
no era realmente una mentira, por lo menos no por completo.
Lo miré largamente,
queriendo retener en mi memoria su imagen pero él tenía otros planes y giró
colocándome sobre mi espalda.
La noche ya había caído,
el sol era apenas un recuerdo que teñía de púrpura el horizonte.
Ahí recostada sobre la
arena, con el hermoso rostro de Keil recortándose contra el cielo tachonado de
estrellas agradecí el castigo que me había llevado a ese momento. Mirando sus
ojos azules llenos de amor comprendí que gustosa cambiaría otros doscientos
años confinada en la madera por ese único maravilloso y perfecto día.
Keil se inclinó
acomodándose entre mis piernas y yo simplemente dejé de pensar.
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