—¿Qué mierda haces aquí?— pregunté furiosa.
La lluvia que había comenzado a caer tímidamente al bajarme del autobús, se había convertido, un bloque atrás, en un torrencial aguacero terminando el trabajo de Kyle y su moto.
Kyle me miró sorprendido, abrió la boca y luego la cerro como si no supiera que debía decir, hasta que finalmente me soltó un—¿Qué diablos te ocurrió Ángel?
Puedo jurar que vi todo rojo. ¿Cómo se atrevía a preguntar?
—Tú — le grite ofendida — eso me paso, o más exactamente tu estúpida moto.
Él se quedó sin expresión por exactamente cinco segundos y por cinco segundos tuve la tonta idea de que me daría una disculpa, hasta que se echó a reír.
No lo podía creer.
Ahí estaba yo, empapada, de cabeza a pies, con la blusa de uniforme convertida en una suerte de envoltura semitrasparente que dejaba ver, con pasmosa claridad, mi púdico sostén y los pies se remojados en diez centímetros de agua lodosa, cansada y furiosa ¿y a él le parecía divertido?
—Se puede saber que es tan gracioso?— pregunte airada.
Kyle esbozó una sonrisa de disculpa y se llevó una mano a la nuca en lo que era un adorable gesto de desconcierto.
La fuerza de la lluvia hizo que la coleta, con la que me peinaba cada día, se deshiciera arrastrando mi cabello hacia mi cara. Entes de darme cuenta tenía los ojos cubiertos. Haciendo malabares, para no dejar caer mi morral, conseguí levantar la mano en un intento por recuperar la vista.
Un rayo estalló iluminado el cielo gris con una serpiente de luz. No pude reprimir el grito de sorpresa y miedo.
Antes de darme cuenta estaba de vuelta al suelo. Igual que la primera vez que vi a Kyle, sólo que en esta ocasión me encontraba tumbada en medio de un charco de agua sucia.
Él me miró y perdió la sonrisa por exactamente un segundo antes de estallar en risa.
¡Realmente lo odie! ¿Cómo se atrevía a reírse de mí?
¡Si él se tenía la culpa de todo!
Él era la causa de que tuviera el doble de trabajo en la escuela, de que actuara como idiota en el salón de clases, de que la señorita Lee me hubiera quitado el examen de mate y lo peor de todo, se tenía la culpa de…
Mierda de ser tan guapo y de convertirme el cerebro en papilla.
La injusticia del asunto era enorme.
Ahí estaba él, Kyle Evans, vestido de pies a cabeza de negro, montando una moto, — no cualquier moto sino una Harley Davison, que sin duda costaba más que el alquiler de mi piso durante un año.— y luciendo como si…
Como si…como si fuera alguna clase de príncipe.
Y yo.
¡Dios!
Estaba segura que para ese momento parecía un pájaro insulso remojado en agua lodosa.
Tenía tantas ganas de borrarle la sonrisa del rostro que no me importaba que me sacara una cabeza y pesara el doble.
Kyle dejó de reír y me miró.
¡y cómo me miró!
Como si yo fuera de algún modo comestible y él muriera de hambre.
El mundo volvió a desaparecer de mis pensamientos cuando Kyle se quitó la cazadora de cuero y salió a la lluvia moviéndose con la gracia de un lobo al acecho. Sus botas negras, grandes y pesadas apenas agitaban el agua, sus pasos apenas hacían ruido al caminar.
La lluvia lo cubrió por completo. El agua le corría desde el cabello en regueros cristalinos que por alguna razón lo hacían ver hermoso casi sobrenatural. La camiseta negra se le pegó al pecho mostrando una muy bien desarrollada pared de músculos que seguían y seguían hasta desaparecer en la cinturilla de unos jeans de cadera…
¡Dios!
A pesar de toda el agua, se me secó la boca.
antes de recordar quién era y porque estaba ahí,
Cuando llegó hasta mi, se inclinó con la mano extendida en un gesto galante.
—Déjame ayudarte — dijo.
Dude un segundo, pero sonreí.
Enredé mis dedos en los suyos. A pesar de la lluvia su piel era cálida. Deliciosamente cálida pensé.
Sentí el corazón palpitarme desenfrenado, latidos violentos que resonaban en mis oídos y que parecían extenderse hasta la punta de mis dedos.
Mi sonrisa se ensanchó. Él pareció iluminarse y casi sentí pena por él.
Casi
Moviéndome como que no quiere la cosa, trabé una de sus botas con mis tobillos e hice un gesto como si fuera a usar su fuerza para ayudarme a ponerme de pie pero a último instante cambie la dirección del movimiento para tirar de su él con toda la fuerza de la que fui capaz.
Tomado por sorpresa Kyle no pudo guardar el equilibrio.
Al verlo caer a mi lado pensé en el slogan de una tarjeta de crédito:
Jeans negros Abercormbie… seiscientos dólares.
Camiseta negra de marca desconocida… diez dólares.
Botas de motociclista… doscientos dólares.
Ver su expresión al dar contra el suelo.
Eso…
No tuvo precio.
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