La
idea de que alguien hubiera puesto una marca sobre mi piel se me antojaba
insoportable. No puedo explicar la razón pero me sentía sucia llevándola.
Debo
aclarar que no tengo nada contra los tatuajes, más bien me atraen. El asunto es
que alguien (que no fui yo) coloco eso
(que tampoco escogí) en mi brazo.
Mis
sentimientos podían resumirse en una frase con la que mi abuela me exhortaba a
ser sensata: No importa lo que pasé, siempre y cuando tú desees que pasé.
Pues
bien… yo nunca deseé este tatuaje.
Enfurruñada
en la cama de hospital, con mi madre actuando en una mezcla de gallina
sobreprotectora y guardia de prisión, mi mente se entretenía en interpretar los
hechos.
En
primer lugar estaba Kyle… pero ¿cómo encajaba mi recién iniciada relación con
él?
Ni
idea.
Después
seguía la excursión a los archivos que que Liza y…
¡Liza!...
En
un segundo recordé a mi amiga y un escalofrió de miedo me corrió por la columna.
Necesitaba hablar con ella, saber que estaba bien pero no tenía el móvil a mano
ni pajolera idea de donde había quedado.
Mamá
me miró desde el canapé que ya era como un segundo hogar lejos para ella y se
mordió el labio.
—¿Ocurre
algo Ángel?
—Liza
— dije sin poder reprimirme.
—Estuvo
aquí esta mañana.
El
alivio que sentí fue enorme, mi loca amiga estaba bien.
—¿Dijo
algo?
Mamá
se alzó de hombros —No mucho, estaba bastante alterada y sólo repetía que no
debía dejarte sola.
Típico
de Liza…pensé. Por alguna razón ella tendía a pensar que su presencia evitaba
que toda clase de mal.
—Es
una buena chica — dijo como de pasada.
—Lo
sé, es mi mejor amiga
—No
como el otro.
—¿Quien
otro Ma? —pregunté sabiendo ya la respuesta.
—El
chico que preguntó por ti.
Me
quede mirando a mi madre sin comprender
—Alto,
cabello negro, muy guapo pero con expresión de pocos amigos.
Kyle… la
descripción le sentaba al dedillo.
El
rostro de mi madre tomó una expresión dura. —¿Tiene algo que ver con el tatuaje?
—¡No!
— respondí demasiado aprisa y me gané un críptico levantamiento de cejas.
—Si
llegó a averiguar que tiene algo que ver con…
—¿Con
que? —solté.
—Tu
entiendes.
—Ni
una palabra.
Mamá
abrió la boca y me preparé para la segunda perorata de la noche que nunca
llegó.
Un
medico con rostro agotado y profundas ojeras purpura entró a la habitación llevando
un legajo de papeles.
—Señora
Torres — dijo extendiendo la mano hacia mi madre.
Me
aclaré la garganta para recordarle que aunque ella fuera la que pagaba las
cuentas estaba hablando de mi salud.
El
doctor me miró un segundo y volvió su atención a mi madre antes de revisar los
papeles.
—Creo
que podemos darle da alta — dijo tras leer —todos sus exámenes son normales, no
hay presencia de anormalidades ni drogas.
Mi
madre me miró y yo crucé los brazos sobre el pecho. —te lo dije —refunfuñé
—Los
resultados del escáner han salido normales. —siguió el médico sin prestarme atención.
Mamá
suspiró aliviada antes de preguntar —¿Qué ocurrió entonces?
—algunas
veces no existe causa.
Pensé
en el hombre pero no dije nada, intuí que el médico se las tomaría conmigo y la
verdad estaba harta de que me trataran como una drogata. No me arriesgaría a
que me creyera una psicótica.
—¿Puedo
llevarla a casa?
Mamá
y el doc se enfrascaron en una conversación de la cual fui excluida cuando
salieron al pasillo y se alejaron con rumbo a la estación de enfermeras.
Apenas
el murmullo de sus voces se apagó Kyle entró en la habitación con una tormenta
estallando en sus ojos azules.
—Ángel
— dijo
Yo
abrí los brazos mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.
Antes
de darme cuenta estaba en sus brazos suspirando de alivio.
—Kyle
— musité cuando su boca tocó la mía
Nos
besamos sin importar lo extraño del lugar y el momento, saboreándonos contentos
de estar juntos sin importar más.
—¡Oh
Dios Ángel! —murmuró con voz ronca contra mi boca — tenía que verte.
—Y
yo a ti — dije acurrucándome contra su pecho.
—¿Qué
ocurrió?
Dude
un segundo pero al final me decidí —fue el hombre de negro — dije y al instante
el rostro de Kyle se convirtió en una máscara de furia.
Sus
grandes manos me sostuvieron de los hombros y me miró directo a los ojos —¿Qué has
dicho?
—El
hombre de negro —repetí sintiéndome un poco tonta hasta que lo escuché
preguntar con voz de acero —¿Qué diablos sabes tú del hombre de negro?
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