¿Qué me ha ocurrido? No tengo la menor idea aunque, por un momento realmente creí que moriría… quizás lo hice.
Nunca en mis fantasías más salvajes imaginé que existiera algo como esto a lo que no se que nombre darle.
Cuando él me sujetó del trasero no supe que pensar, por un momento me sentí aterrada y hubiera luchado con él de no ser por ese suave beso.
No soy ingenua, ese es un lujo que no puede darse quien viva en los puertos. Los marinos no son precisamente puritanos, así que el sexo no me era desconocido. Lo que nunca supe, ni antes cuando era humana y menos después cuando fui castigada, era que el sexo podía ser así.
Me sentí…! Dios! como describirlo, fue abrumador pero no en un mal sentido, es simplemente que no se que palabras usar para explicarme.
Si existe el paraíso estoy segura que se parece a estar en los brazos de alguien a quien le importas.
Fue un pensamiento extraño pero al tenerlo se enraizó en mi mente mientras mi cuerpo volvía a normalidad. Tuve la convicción de que yo le importaba a aquel tritón por improbable que pareciera.
Avergonzada recordé que no había tenido la cortesía de preguntarle su nombre aun cuando me encontraba colgada de sus hombros y sus caderas se alojaban entre mis piernas.
No me resignaba a soltarme, no me había dado cuenta cuanto extrañaba el contacto con otro ser. Una vocecilla interior me dijo que no era cuestión de ser tocada, sino se trataba de él.
Debía estar loca, como era posible que estando a un día de desparecer me sintiera de ese modo.
Alejé ese pensamiento de mi cabeza, mañana seria diferente, pero hoy deseaba sentirme viva.
—Yo… er—titubeé sintiéndome estúpida.
—¿Si?— me preguntó mientras reducía la velocidad de su nado hasta casi detenerse y acariciaba mi espalda perezosamente.
—No se tu nombre—dije y escondí el rostro en la curva de su cuello.
Las sacudidas de su pecho me indicaron que reía, el movimiento hizo que mis pezones se frotaran de nuevo contra su torso y mi sangre volvió a hervir.
—Keileb—su voz sin sonido me envolvió y me encontré saboreando su nombre.—Keil—agregó.
—Keil—repetí —me gusta.
—Gracias.
No pude evitar sonreírle—¿podemos salir?
El se separó un poco de mí para mirarme a los ojos y preguntó extrañado —¿para que?
—Quiero escuchar tu nombre.
Keil pareció genuinamente sorprendido, sin decir nada se elevó a la superficie usando un solo poderoso movimiento de su cola lo que causó una punzada de doloroso anhelo en donde nuestros cuerpos se tocaban, junto con la intuición de que aunque la experiencia que acababa de tener fue intensa le faltaba algo para hacerla completa.
Salimos al aire abrazados, su fuerza nos hizo levantarnos del agua en medio de frescos chorros salados. La transición entre el agua y el aire fue tan fácil ahora como lo había sido junto al muelle, sin molestias, sin ahogos. Al salir me tomó un momento quitarme los cabellos mojados del rostro, quería ver de nuevo el rostro de Keil.
De nueva cuenta me dejo sin aliento, era tan guapo que me hacía dudar si era cierto lo que veía. Yo que alguna vez fui la reina de bailes y reuniones me sentí inadecuada, fea incluso a su lado. No en vano había pasado tanto tiempo aislada.
Permanecimos quietos flotando, sencillamente mirándonos.
—Eres hermosa—me dijo y levantó una mano para acariciar mis pómulos y la curva de mis mejillas.
—No—fue mi respuesta automática —no lo soy, cuando menos no como tú.
—No hay comparación sirena—su cola se agitaba bajo el agua manteniéndonos en la superficie, sus ojos azules pasaban de mis ojos a mi boca, el tiempo pareció detenerse cuando lentamente se inclinó hacia mi.
—Keil—murmuré entreabriendo los labios y el sonido de su nombre me hizo cosquillas en el vientre.
Me besó, fue mi primer beso real, y fue como deben ser los besos: inolvidable, exquisito.
Sus labios tan suaves se amoldaron a los míos como si hubieran sido creados para ese momento, rozando cada curva con caricias lentas, apretando con suavidad, moviéndose sin prisa, a la gentil compresión de los labios se unió su lengua que delineó el contorno de mi boca antes de introducirse en mí, convirtiéndome en un manojo de nervios al rojo vivo. Hubiera deseado que siguiera haciéndolo por siempre.
En medio del silencio de mar abierto, el sonido de mi jadeo asombrado reverberó alto y claro como una campana. Mis dedos se introdujeron entre sus cabellos mojados tirando de él para acercarlo. Me pegué tanto a su pecho que casi me introduje en su piel, deseaba hacerlo, deseaba ser parte de él. De una manera inconciente comencé a frotarme contra él, mis piernas sujetaron sus esbeltas caderas haciendo que mi vulva se abriera exponiendo el clítoris para quedar en contacto con su piel de tritón húmeda y lisa.
Iba a suceder de nuevo, lo sentí, la tensión volvía a anudarse en mi vientre, sus manos me rodearon por la cintura apretando de manera dolorosa, gimió y tuve la percepción de estarle haciendo daño, que mi placer le causaba sufrimiento. Me detuve, empujé sus hombros y separe nuestros labios aun cuando hacerlo casi me mata.
Reacio él cedió pero no me soltó, sus brazos continuaron rodeándome.
—Lo siento—le dije enterrando mi cara en su pecho.
—¿Por qué?—Sus manos aflojaron un poco
—Te estoy haciendo daño, puedo sentirlo.
El sonido vibrante de su risa hizo que el sol pareciera brillar con más fuerza. Al escucharlo la sangre corrió más aprisa por mis venas.
—No me haces daño—su aliento me hizo cosquillas en la oreja.
—Pero no es justo—sin saber porque comencé a acariciar sus cabellos —me has dado el regalo de poder moverme, me has…has…—titubeé buscando las palabras para referirme al orgasmo anterior y a este nuevo que casi llega.
—Te he dado placer—murmuró —nada más.
—Pero que ganas con esto.
—Tu placer es mi placer.
—Pero no es justo—deposité un beso en su pectoral izquierdo, en donde descansaba mi rostro y sus músculos se agitaron ante el contacto de mi boca —quiero darte placer también, devolverte algo.
—No—Keil sonó categórico —un regalo es algo dado sin presión y sin esperar nada.
—Entonces quiero regalarte placer—murmuré escondiendo mi rostro y con el mi vergüenza.
Muchas veces a lo largo de mi existencia vi a los marinos ir con las mujeres de los puertos en busca de alivio, los pormenores del acto sexual no me eran ajenos aun cuando durante mi vida nunca tuve la oportunidad de hacerlo. Sabía lo que Keil deseaba, antes ya —mientras nadábamos—había sentido su oculto y enorme miembro escondido bajo su cuerpo de tritón al frotarme contra él, sabía lo que podría suceder entre nosotros y lo deseaba.
—No es necesario—me dijo poniéndose tensó.
—Lo sé—envalentonada levanté mi rostro buscándolo —es por eso que quiero hacerlo, quiero hacerte ese regalo —no sólo era un regalo para él, lo sería para mi también. Hoy sería un día especial en el que me daría permiso de sentir todo lo que puede pasar entre un macho y una hembra, le daría mi cuerpo que no valía nada comparada con el presente de liberarme aunque fuera por unas horas.
En mi fuero interno sabía perfectamente que serían sólo unas horas. Más tarde regresaría al barco, no podía arriesgarme a que ese maravilloso tritón quedara atrapado en mi lugar
—¿Segura?— preguntó Keil mirándome fijamente
—Si—dije y antes de darme cuenta el más increíble tritón me besaba de nuevo, pero esta vez su beso tenía toda la pasión que había mantenido oculta.
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