sábado, 20 de octubre de 2012

Altar de muertos



Frente al altar que ayer mismo levantó, ella cae de rodillas y aguarda en silencio. El año se ha cumplido, trescientos sesenta y cinco días desde la última vez que estuvieron juntos.
Como siempre la tristeza ha llegado primero, pero el día está a punto de comenzar y nunca ha sido cosa buena desperdiciarlo en lamentos.
Con los ojos cerrados y las blancas manos extendidas en un gesto de suplica, sus labios desgranan suavemente una plegaria que es a la vez lamento e invocación a sus amados.
Por un instante contempla su obra y se permite un suspiro satisfecho, todo está listo, hecho y preparado en el pequeño altar que ha dedicado a sus recuerdos.
Humo de copal para perfumar, velas blancas que iluminan el camino de los grandes; coloridas candelillas para conducir a los niños que se han adelantado, ofrendas de comida y bebida para darles la bienvenida
Ella ha puesto un poco de todo: café para mamá, un cigarro de hoja como el que fumaba el abuelo, tamales, mole, cerveza, chocolate, pan de muerto, calaveras de azúcar, dulces de leche… un banquete para tentar el alma y los sentidos.
Así es que entre viejas plegarias desgranadas suavemente, el tiempo pasa sin sentir,  hasta que entre latido y latido, ella descubre finalmente a sus amados, aquellos por los que ha aguardado el año entero y llora de alegría y no de pena. 
Las lágrimas benditas caen de sus ojos, mientras percibe en la mejilla el roce de la mano de un amante que la muerte se llevó,  el abrazo de su padre, en la frente un beso del hijo que se mal logró y así uno a unos sus muertos regresan para estar con ella.
Malena Cid

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