El
descubrir aspectos insospechados de mi personalidad es una de las cosas que
agradezco a Alex, la otra fue enseñarme que la verdadera sensualidad está en la
mente y los detalles.
Un
hombre sexy no es el que tiene el mejor cuerpo — aunque tenerlo no está de más—
sino el que usa la mente para seducir.
Alex
era seductor aun sin intención. Bastaba escuchar el tono ronco de su voz,
explicando prosaicos problemas de algebra, para que la piel se me erizara y ni
hablar de lo bien que se veía.
Definitivamente,
las matemáticas no volvieron a ser las mismas después de él y sólo por eso
merecería tener un lugar destacado en mis memoria, sin embargo Alex fue, y aun
es, más, mucho más.
El
hombre que recuerdo, era complejo y a ratos complicado, tenía un genio rápido
pero era justo, hablaba en voz baja aunque sabía hacerse escuchar, era sexy y
al mismo tiempo, distante como la luna…
En
cuanto entraba al salón toda la clase miraba con atención, no a toda la
retahíla de números con sus signos de más, menos e igual, sino a sus manos
grandes y elegantes que sostenían la tiza sin apenas mancharse.
No
fui la única encandilada, si en algún punto me diera por asistir a las
reuniones de ex alumnos, a las que de tanto en tanto soy invitada y se me
ocurriera la peregrina idea de preguntar por él, estoy bastante segura de que
obtendría una larga hilera de suspiros que me pondrían una sonrisa tonta en la
cara.
Lo
miraba desde mi juventud y mi lugar con la misma ambición de lo prohibido y
mientras él explicaba prosaicos problemas matemáticos, mi mente se deleitaba en
imaginar toda clase de cosas perversas que, dicho sea de paso, no eran ni la
mitad de las que sé ahora.
Más
o menos por esa época tenía un novio —o algo así —un chico guapo llamado Francisco
que antes de conocer a Alex me parecía interesante y maduro y después patoso e
insufrible, eso no impedía que muchas veces me diera gusto con él, en el
asiento trasero de su viejo sedan.
Recordar
esas horas locas llenas de besos y manos desbocadas aun me pone la carne de
gallina. Puede que no fuera tan inteligente o hábil como Alex, pero Frank
besaba muy bien y cuando no se ponía pesado resultaba divertido.
Nuestra
relación era poco convencional —para los cánones de la época — nunca me
preguntó si deseaba ser su novia y yo tampoco lo aclaré, sino que en una de
esas salidas de fin de semana, nos encontramos por casualidad y tras una
flechazo inicial, nos mandamos mano sin mayor tramite.
Frank
fue el primero en tocarme los senos, en meter la mano bajo mi blusa y entre mis
piernas, eso sí, sin quitarnos los jeans. No sé si fui la primera en tocarle el
bulto, en morderle la barbilla y montarme en sus caderas para besarnos hasta
que nos dolieran los labios, pero tampoco me importaba.
Gracias
a él tuve mi primer orgasmo y fue delicioso, una sacudida eléctrica que me hizo
olvidar hasta mi nombre y que mientras duró me aferré a su espalda gimiendo sin
vergüenza.
Gracias
a mí, él se corrió completamente vestido y sé nunca me perdono por ello.
Quizá
lo nuestro habría madurado con el tiempo. No dudo que en algún punto habríamos
terminado en su cama o en la mía, pero la atracción es un don esquivo que
tiende a desaparecer sin ninguna causa aparente y eso fue lo que me ocurrió.
Frank
dejó de atraerme, pero no por eso dejé de escaparme con él en las tarde a
perder el tiempo y pasarla bien. Algunas veces pienso que debí darle otra
oportunidad a lo nuestro, pero como no lo hice, no tiene caso divagar en lo que
pudo ser.
Mi
nuevo profe se convirtió en una obsesión…una deliciosa obsesión que hizo
desaparecer el deseo que sentía por cualquier otro chico.
Pensaba
en Alex al besarlo al besar a Frank y cuando torpemente recorrían mis pechos,
mi mente evocaba otras manos.
Como
dije, nunca fui una chica buena.
Las
chicas buenas, como dice el refrán, van al cielo, las malas a todas partes y yo
recorrí mi ciudad de punta a punta.
En
las tardes y en vez de asistir a mis clases de idioma, me dediqué a ir al cine,
sé que ahora no parece la gran cosa, hay lugares mucho peores en donde ir a
parar, pero en mi no tan lejana adolescencia, faltar a clases se consideraba
algo serio.
¡Dios!...
que ingenua me siento al recordarlo.
Fue
en una de esas ocasiones, cuando por algún extraño giro del destino, Alex y yo
coincidimos en la proyección de una película, que para la casta y conservadora
sociedad en la que me crie era casi pornografía: Damages.
No
se suponía que yo la viera, después de todo era joven e impresionable y menor
de edad, (jaja) pero de un modo u otro
siempre me las arreglaba para entrar a la sala de cine sin levantar sospechas.
Recuerdo
la luz de la tarde que contrastaba con la impenetrable oscuridad del cine, la
aspereza del viejo asiento contra mi espalda, la oscura forma de un hombre a
dos butacas de distancia, el rostro bello de Juliette Binoche en un
impresionante close up y la innegable emoción de ser testigo de algo
eróticamente prohibido
Saber
que no debía estar ahí me ponía los nervios de punta y me hacía mirar por
encima del hombro pendiente de cada movimiento, manteniendo un ojo en la
pantalla y otro en lo que rodeaba, así que cuando el hombre a dos butacas de
distancia se levantó y avanzó hacia mí, poco faltó para que me diera un ataque.
La
adrenalina corrió en mis venas, me preparé para gritar, escapar, para
todo…excepto lo que ocurrió.
—¿Qué
haces aquí? — preguntó entre susurros una voz impregnada de un fuerte acento.
—¡Oh
Dios! — alcancé a gemir antes de cubrirme la boca. Tres filas adelante una voz
siseo pidiendo silencio y sin que yo lo hubiera pedido Alex se dejó caer a mi
lado.
—No
deberías ver esto— susurró.
Me
tomó un segundo pensar la respuesta y dos más convencer a mi lengua que debía
moverse pero cuando lo hice, todo el miedo se evaporó y sólo quedó la secreta
excitación de estar con él en la oscuridad—¿Tu sí? — lo tuteé saltando de un
solo golpe la distancia entre un maestro y su alumna.
Alex
dirigió la vista a la pantalla y yo aproveché para mirar de reojo su
maravilloso perfil, tras una pausa anuncio —Soy mayor de edad — como si yo no
supiera.
—¿Y
qué? — me alcé de hombros y dirigí mis ojos a la pantalla, donde tenía lugar un
prohibido, y quizá por ello, excitante encuentro sexual. — yo no…así que acúsame.
Sonreí
ante el muy audible bufido de frustración y durante los siguientes cinco
minutos nos dedicamos a ignorarnos mutuamente, fingiendo estar atentos a la
pantalla.
Mi
corazón latía tan rápido, el pulso frenético de mi sangre vibraba en las yemas
de mis dedos que a falta de algo mejor se aferraban al reposabrazos de la
butaca.
—Esto
no es bueno — lo escuché musitar pero me negué a seguirle el juego y fingí que
no me afectaba, sin embargo para cuando la escena terminó y a pesar de mi fanfarronada,
no puedo negar que me sentía sucia.
—¿Satisfecha?
— preguntó con un poco de resentimiento.
—¿Por
qué habría de estarlo? — lo miré y me alcé de hombros— es sexo fingido, si
fuera real pues…
—¡Dios!
— un gesto extraño cruzó por sus facciones y la cadencia de su acento resultó
tan clara como el tañido de una campana. —tenían razón.
—¿Quiénes?
Alex
obvio mi pregunta y siguió hablando para si —eres un desastre a punto de ocurrir.
Fue
como recibir un golpe en la cara pues nada me habría herido más de lo que esas
palabras lo hicieron.
“Un desastre a punto
de ocurrir”…eso era yo. Esa era la percepción de los
que me rodeaban, de algún modo siempre lo supe pero hasta entonces, nadie lo
había expresado con esa claridad.
Un
dolor muy físico me estrujó el corazón, la sensación de estar más sola que la
una me llenó de una rabia feroz que sólo deseaba devolver el golpe.
—Quizá
—acepté tragándome las lágrimas. Fijé una vez más los ojos en la película— pero
no soy tu desastre o nada que tenga que ver contigo.
Supongo
que Alex comprendió el desliz verbal que había cometido porque me miró con preocupación
teñida de remordimiento. —¿No lo entiendes?
—No
hay nada que entender — negué con la cabeza para puntualizar mi mente buscaba
una forma de causar daño— aunque es divertido darme cuenta de lo mucho que
piensas en mi.
Alex
desechó el comentario con un movimiento de mano— Eres una chica con muchas
posibilidades… — comenzó a explicarse.
—Ahórrate
— le dije sin bajar la voz, la sensación de vergüenza se agudizó — Lo que digan
de mí, me tiene sin cuidado, he vivido con los rumores mucho antes de que
aparecieras y seguiré cuando te vayas.
—Escucha…
— siseo.
—No
— lo atajé y sonreí sintiendo deseos de ser mala o sé que se apoderó de mí, ni
de donde saqué el valor para colocar la mano sobre su rodilla pero al hacerlo percibí
la fuerza y el calor de su cuerpo bajo la rugosa tela de los jeans,— que pasa
profe,— lo provoqué.— ¿No se siente tentado a averiguar qué tan mala puedo ser?
Alex
se envaró, sus ojos me fulminaron tratando de mostrar la autoridad de un adulto
pero me negué a ceder. No era una chica buena, me recordé, sino un desastre
andante al que todo mundo auguraba un mal final, así que tocarlo era algo casi
esperado.
—¡Loca!
—me sostuvo la mirada antes de deshacerse de mi mano de un golpe— ¿tienes idea
de lo que ocurriría si alguien nos viera?
—Algo
así —sonreí al imaginar el escándalo — pero cuento con ello.
Alex
miró de derecha a izquierda, estaba furioso, su respiración áspera llenaba el
silencio entre nosotros.
—¿Qué
es lo que tratas de probar? — preguntó.
—Yo…—
le regalé una sonrisa torcida — nada, todo mundo ya se ha encargado de dejar
claro que soy mala.
—Mala
o …
Nunca
supe que era lo que intentaba decir, tampoco estaba de humor para escuchar.
—¿A
le qué temes? — pregunté sintiendo el eco de su toqué en mi piel, —¿A los
rumores, el descredito…?—sonreí malvada– o a ceder.
No
sé que esperaba, si que responderá o que no, sólo sé que algo dentro de mi
dolía y deseaba que el dolor cesara.
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