Coloqué
los labios sobre la vena que latía en su cuello, al instante el aroma a mujer
me llenó primero la nariz y luego el ser entero. La fuerza de sus latidos me
sorprendió. Había lujuria, duda, apetitos y muchas otras cosas, además de
miedo, en aquel frenético palpitar.
—¿Qué
quieres? —pregunté más para mí que a ella. Sin embargo su terco silencio me
resultó ofensivo.
Sin
importar lo que yo hiciera, seguiría siendo un monstruo para ella.
No
pude evitar el gesto hosco que descubrió mis dientes... ¿Qué estoy esperando para alimentarme? Pensé
regresando los ojos hasta la incitante línea azul.
Quería
alimentarme, más aun, debía hacerlo para seguir con vida. Había pasado mucho tiempo desde la última vez
que conseguí apaciguar el hambre que rugía eternamente en mis venas, tanto, que
ni siquiera era capaz de recordar la ocasión.
Virtualmente
me encontraba al borde de caer en frenesí, tan hambriento debió bastar un
simple estimulo para convertirme en una bestia.
Y
sin embargo dudaba…
Ella
levantó el rostro un momento, antes de esconderlo nuevamente bajo el velo de
lustroso cabello oscuro. Me bastó ese breve vistazo para sus brillantes ojos y
el sonrojo de sus mejillas.
Comprendí
que, contra todo pronóstico, ella me deseaba aunque no fuera capaz de
admitirlo.
Lo
cual complicaba aun más las cosas. Sin
quererlo me hallaba ante una disyuntiva: tomar su sangre o su cuerpo….
Resultaría
muy fácil aceptar su oferta, beberla, liberarla de la torre, podía hacerlo y
marcharme sin culpa.
¿Por
qué diablos me contenía?
La
respuesta era simple y a la vez complicada: no quería hacerlo.
Soy
un asesino, lo admito.
Mía
es la naturaleza del depredador, he matado sin piedad pero jamás por placer,
así que la idea de terminar con una vida inocente, me ponía un mal sabor en la
boca.
Había,
sin embargo, otra razón.
Ella
misma, la deseaba.
A
pesar del frio desapego con el que afrontaba la muerte, existía una profunda pasión
por la vida escondida bajo una máscara de serenidad. Ella era vital, vibrante,
única como una obra de arte. Ella era luz y yo que había pasado tanto tiempo
medrando en la oscuridad agonizaba por probarla, por hundirme en la calidez de
sus muslos una y otra vez, hasta que la ira y el hambre perdieran su
significado.
Sin
embargo antes tenía que saber si ella sentía lo mismo. Nunca había forzado a
mujer alguna, y no pensaba comenzar ahora.
—¿Me
deseas?
Ni
siquiera percibí que había hecho la pregunta hasta que tras un instante de duda
escuché a Eliza musitar sin aliento —Si….— en un tono tan bajo que solo fui
capaz de percibirlo gracias a mi aguda audición de vampiro.
Si…
que palabra tan corta para la inacabable gama de posibilidades. Rodeé su seno,
ella jadeo de asombro pero no se apartó.
Respiré
aliviado, si ella hubiera dudado, sería todo. Me marcharía sin mirara atrás,
sin siquiera tomar su vida.
—Quiero
tantas cosas— dije oprimiendo durante un
instante la curva de un delicioso pecho. — besarte de la cabeza a los pies, tocarte donde
nunca te han tocado y escucharte gritar de placer.
Su
boca se abrió como si le faltara el aire y el gris de sus ojos se convirtió en
un delgado anillo que bordeaba un pozo de oscuridad.
—No
lo haré si tú no quieres.
Ella
dudo un instante, antes de levantar su propia mano para rodear la mía —tócame —pidió
en un entrecortado gemido — no te
detengas...hazlo.
Mi
destino estuvo sellado en un latido y antes de poder pensar coherentemente la tumbé
sobre el piso de la habitación sin importarme su dureza o el frio de la noche,
que calaba hasta los huesos.
No
podía esperar, ni tratar de ser suave. Mis instintos, largamente reprimidos,
surgieron feroces arrebatándome el control y la racionalidad. Ya no era un ser
consciente sino un macho que desea desesperadamente aparearse con su hembra.
Acaricie
sus pechos en una impetuosa caricia, sentí los pezones endurecerse bajo mis
palmas y gruñí de aprobación.
Ella
gimió, no sé si de miedo o pasión, a esas alturas y aunque sea impropio
reconocerlo, el sonido me excito aun más. Mi erección dio un salto, el glande
presionó contra las calzas de cuero negro.
La
obligué a abrir los muslos empujado la rodilla entre ellos, al hacerlo, la
falda del camisón se levantó descubriendo sus maravillosas piernas. Ella gimió,
sus manos me rodearon la espalda con timidez.
—No
puedo ser suave — gruñí sin saber porque le advertía.
Podía
sentir que Eliza luchaba contra algo, como si deseara dejarse caer en la
tentación pero no se atreviera, hasta que finalmente gimió y sus piernas se
abrieron en una innegable invitación.—No lo seas — dijo y me miró, — no deseo
suavidad, te deseo a ti.
Mi
corazón saltó violentamente, con unas simples palabras, Eliza desarmó al
monstruo que rugía en mi sangre.
Con
reverencia acuné la suavidad de sus mejillas sosteniendo su rostro entre mis
manos. Por imprudente, extraño o blasfemo que fuera y contra toda razón o
lógica, Eliza, princesa de Bram deseaba a mí.
No
era mi intención besarla pero lo hice, sin embargo no fue el dulce beso de un
cuento de hadas, mi pasión se desbordó incapaz de ser contenida en un acto gentil
Mi
boca devoró la suya con hambre y gocé de
la dulzura de sus labios antes de penetrar la húmeda oscuridad para enredar mi
lengua con la suya.
La
acaricie toda, pasé las manos sobre su cuerpo aun cubierto por la ropa,
mientras nos movíamos con abandono, rozándonos en una ardiente e improvisada
danza de apareamiento, hasta que comprendí que no podía esperar
Impaciente,
destrocé con las manos la pechera del recatado camisón, el crujido de la tela resonó
en la silenciosa habitación como un reclamo al tiempo que la luz de la luna iluminaba
el más delicioso par de pechos que hubiera visto jamás.
No
pude contenerme, enterré el rostro en ellos, la sentí estremecerse con el rocé de mis
colmillos pero en vez de acobardarse, Eliza se arqueó bajo mi peso con su fragilidad
saliendo al encuentro de mi rudeza. Sus senos empujaron contra mi pecho al
tiempo que se aferraba mi espalda, calvando las uñas en ella, para sostenerse como
si la vida le fuera en ello.
Le
quité el camisón, bajando las rotas mitades por sus caderas con ligereza y en
un instante estuvo casi desnuda, excepto por las desangeladas y largas bragas.
Estaba
tan duro que dolía.
Duro
como nunca lo había estado por nadie, quería tenerla ya, enterrarme en su
apretado canal y empujar contra ella sin pensar en nada más que satisfacerme.
Y
sin embargo me contuve.
Le
acaricie los muslos de arriba abajo sin dejar de besarla. Ella tenía la boca entreabierta y los ojos
vidriosos. Su cuerpo se curvaba, el sudor mojaba su piel haciéndola brillar
como si estuviera hecha de luz.
Mia…
Mis colmillos surgieron y en el trascurso de un parpadeo, penetre la carne
tierna de su cuello. La sangre me llenó
la boca con un sabor fuerte y sensual.
El
grito que surgió de sus labios casi me hizo correrme, mi erección dio un salto,
como pude destrocé la tela que me apartaba de ella.
La
sostuve de las caderas, mis manos se cerraron sobre sus corvas mientras forzaba
mi dureza entre la suavidad de sus muslos de seda. Mi polla tocó la mojada lisura
de sus labios íntimos.
Eliza
gimió y arqueó la espalda, se apretó contra mí con brazos y piernas.
-No
te detengas –pidió
Empujé
buscando su calor, era tan estrecha, tan apretada, una deliciosa tortura que se
abría lentamente al paso de mi hombría.
Sentí
la sangre volverse lava en mis venas, cuando su funda de húmedo y caliente terciopelo
me contuvo por completo.
Sangre
y sexo…
Amor
y vida…
En
ese instante la poseí por completo, mientras sin saberlo, ella me poseía a mí.
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