—¡Ángel! — me llamó mi mamá insistente.
Cinco minutos más…Quise responder, pero estaba demasiado cansada.
Realmente amaba a mi madre pero ahora sólo quería pedirle que me dejara en paz.
—¡Ángela Torres!
Esta vez su insistencia se convirtió en apremio y usó el mismo tono con el que antes manejaba mis desobediencias infantiles.
Intenté responder pero mi boca parcia llena de algodón y sólo pude mascullar algo que aun para mi resultó ininteligible.
—¡Ángel por favor! — Una mano que tenía el perfume a rosas con el que siempre asociaba a mamá me tocó la frente y la mejilla. —despierta…
Su voz lacrimosa me puso en alerta, algo no estaba bien, pero ¿Qué?
Que mamá estuviera estresada o ansiosa era hasta cierto punto normal, es decir, siendo padre, madre y único sostén de la casa la presión tendía a desalentar su natural carácter alegre, pero nunca antes había escuchado ese dejo lleno de preocupación.
Acuciada por una vaga sensación de miedo hice un esfuerzo y abrí los ojos, al instante la segadora blancura de un cielo raso hirió mis pupilas.
—¿Qué…? — conseguí susurrar con la voz rota y me detuve para tomar aire al descubrir que me dolía el hombro
—¡Oh Dios! — sollozó mi madre y al instante su rostro moreno y bonito apareció frente a mis ojos —oh ángel.
Intenté preguntar qué ocurría, sin embargo antes de que pudiera moverme ella se lanzó a besarme compulsivamente las mejillas murmurando —estaba tan preocupada.
—¿Qué ocurre? — pregunté con voz de lija y enseguida comprendí que más importante que saber lo que ocurría era saber en dónde —¿Qué es este lugar ma?
—Ángel —murmuró acariciándome el cabello —estas en el hospital.
¿En el hospital?
—¿Por qué? — mi voz gano un poco de firmeza.
—¿no recuerdas nada nena? —preguntó insegura
No…pensé pero enseguida el recuerdo de la oscuridad tomando forma me hizo respingar a pesar de mi debilidad. Alguien en mi casa, alguien grande y oscuro que no debía estar ahí…
—¡Hay alguien en la casa ma! —grite alarmada y al instante comprendí que la noticia tenía un buen rato de resultar obsoleta.
—Shhh — me calló suavemente — todo está bien.
Su tono falsamente sosegado me resultó infinitamente alarmante.
No, nada estaba bien…
—¿Qué ocurre? — conseguí preguntar a pesar de que el terror volvía.
Haciendo un esfuerzo conseguí levantar el rostro para echar un vistazo. Estaba definitivamente en un hospital, las paredes blancas, la luz cegadora y los ruidos apresurados que nos rodeaban eran prueba suficiente. La sorpresa me dio energía suficiente para encarar a mamá
—¿Qué me pasó? — pregunté sin estar segura de querer escuchar la respuesta.
Para mayor horror ella se echó a llorar murmurando— estas enferma, sólo eso, no te preocupes te voy a ayudar ángel, todo estará bien.
Sí, claro, por eso lloraba… su entonación me hacía imaginar que algún trasfondo espantoso.
—No sé porque no me la creo — le dije, — no estarías comportándote como magdalena.
Ella me miró un momento y volvió a llorar con más fuerza.
—¡Por Dios Ma! — la increpé —me estas asustando…mas
Mamá abrió la boca pero volvió a cerrarla como si no se atreviera a decir más.
Un millón de cosas pasó por mi mente mientras unía los puntos hasta formar un horroroso dibujo.
En primera, alguien había entrado a mi casa estando sola.
Dos despertaba en el hospital
Tres mi madre lloraba como si algo muy malo hubiera ocurrido.
Después de esas consideraciones sólo había una respuesta posible.
Haciendo el acopio de todas mis fuerzas conseguí erguirme en la cama. Lograrlo me hizo sentir mejor. Ahora podía encarar a mi madre y averiguar de una vez por todas lo que ocurrió conmigo.
—Ma — dije con voz suave — por favor, deja de llorar y mírame.
Ella levantó el rostro y se mordió el labio.
Me asustó comprobar que esa noche mi madre parecía más grande de los cuarenta años que tenía, como si sus rasgos, tan parecido a los míos, hubieran envejecido en un parpadeo.
Aquí viene…
—Te encontré sin sentido en el pasillo junto a la puerta de tu habitación— dijo
Eso podía imaginarlo, el asunto era averiguar lo que había ocurrido a continuación.
—¿Qué pasó con en el hombre— la interrumpí.
—¿Qué hombre Ángel?
Su tono inseguro me hizo reaccionar a la defensiva.
—El que entró a la casa — respondí cortante mientras juntaba el valor para preguntar —¿me violó?
—¡Dios no! — gimió y me miró como si estuviera loca.
El alivio que experimenté me dejo sin fuerzas y tuve que recostarme en la cama vencida por mi propio agotamiento. Pensé en Kyle y deseé que estuviera ahí para abrazarme.
Mamá me tomó de la mano estrujándola — A pesar de lo que has hecho por lo menos sé que nadie te ha tocado.
—Bien eso es bueno — conseguí decir antes de caer en cuenta —¿a qué te refieres con lo que has hecho?
—¿Ángel no me digas que no recuerdas? — murmuró y sus ojos adquirieron una expresión de intensa concentración, como si de algún modo tratara de leer mis pensamientos— por lo menos eso debes recordarlo.
El recuerdo de los besos de Kyle me clavó una puntilla de culpabilidad pero la rechacé, no había forma que mamá lo supiera.
—No, pues no ¿Qué se supone que hice?
Mi madre no dijo nada, en vez de eso y con infinito cuidado bajó la sábana que me cubría. Yo no comprendía nada pero la deje hacer. Con mucho cuidado hizo a un lado el camisón hospitalario para descubrirme.
La sorpresa me cortó el aliento.
Sobre mi hombro, justo en la curva, un tatuaje de extraños colores marcaba mi antes impoluta piel con la imagen maligna y retorcida de una serpiente alada.
—Oh Ángel… — dijo con un tono más dolido que preocupado —¿Cómo pudiste?
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