El piso donde vivo con mi madre se encuentra en la tercera planta de un viejo edificio que sin duda ha visto tiempos mejores. Es tan viejo que el elevador pasó a mejor vida mucho antes de mudarnos.
Para colmo de males, las escaleras son tan largas y pesadas de subir que la mayor parte de los días me falta el aliento para cuando llegó a mi destino.
La mayor parte de los días… pero no hoy
Ésta tarde subí los escalones de dos en dos sintiéndome feliz cual lombriz (como diría mi abuela) Era como si me hubieran inyectado alegría liquida en las venas dejándome caminando sobre nubes con el corazón liviano.
Aunque mi jubilo se apagó un poco en cuanto abrí la puerta y me encontré sola en casa.
Para variar (obviamente es ironía) mi apartamento estaba vacío. Me sentí un poco decepcionada, pero a veces ocurre que mamá se queda a hacer inventario. En esas ocasiones ella me deja notas y algún bocadillo ocasional que de ninguna manera suple la soledad.
Pero vamos…¿Qué se le va a hacer?
Dejando caer el morral con las cosas de la escuela en la entrada me dirigí a la cocina en donde encontré una nota y unos dólares para comprar algo de comer pero tras abrir el refrigerador decidí prepararme un sándwich y guardarme el dinero.
Mientras colocaba un poco de jamón entre dos pedazos de pan (prescindiendo de todos los aderezos) no dejaba de pensar en Kyle.
Mis sentimientos por él eran confusos. En primera tenía que aceptar que estaba loca por él. Apenas habían pasado unos instantes y ya lo extrañaba.
Su personalidad atrevida y dulce
Sus hermosos ojos azules.
Sus grandes hombros…
Su sonrisa…
Y todo lo demás.
Por otra parte no podía dejar de sentirme un poquito espeluznada debido a su habilidad para manipular a las personas y sus sentimientos.
Una habilidad así era algo sobrenatural. La clase de cosas que antes sólo creí posibles en la ficción y que ahora podía verlas en vivo y directo cortesía de Kyle Evans.
Al menos creo que es mi nombre…
El recuerdo de sus palabras vino a mi mente claro y cristalino como si las estuviera pronunciando de nuevo.
Decidí servirme un vaso de leche al tiempo que los posibles significados de la frase surgían amenazadores y oscuros ¿Era una forma de hablar o había intentado decirme algo que pasé por alto?
El frio del líquido al derramarse sobre mis dedos me hizo reaccionar y saltar a tiempo para evitar que la leche me salpicara los zapatos
—Mierda —murmuré al ver el estropicio.
—Nadie te enseñó a no decir malas palabras— murmuró una voz fría y decididamente masculina.
La sorpresa me hizo gritar y apretar con fuerza el cartón de leche. Aterrada gire el rostro buscando el origen, esperando encontrarme con el asesino del hacha o Freddy Krugger, pero la cocina estaba vacía.
Total y absolutamente vacía.
—Oh Dios —murmuré poniéndome una mano en el pecho, el corazón me latía errático.
Me incliné para mirar bajo la mesa.
Nada tampoco…
—Debo estar volviéndome loca. —dije medio esperando escuchar la misma voz responderme y sintiéndome absolutamente aliviada cuando nada ocurrió.
Tras un par de minutos y puesto que todo seguía igual por fin miré el estropicio en el que se había convertido el piso.
—Oh..no…— musité apesadumbrada. Ahora tendría que pasar la bayeta o mi vida no valdría nada cuando mi madre volviera a casa.
Aun asustada (más de lo que quería admitir) y frustrada por tener que limpiar comencé a sacar los utensilios de limpieza al tiempo que intentaba tener en claro que era lo que había pasado.
Había escuchado una voz.
Es decir estaba bastante segura de haberla escuchado.
¿O no?
Nerviosa miré alrededor, pero todo seguía normal, el único sonido provenía del refrigerador que extendía por su arrullo mecánico y el suave tic tac del reloj de la sala.
Afuera de la cocina iluminada reinaba la penumbra. En mi prisa había olvidado encender las luces y ahora el piso permanecía a oscuras. En otra ocasión no me había molestado pero esa noche se me antojaba espeluznante.
A cada pasada de la bayeta por el suelo me parecía que un par de ojos llenos de malicia me observaban siguiendo mis movimientos, así que de tanto en tanto levantaba la mirada oteando la penumbra.
Para cuando el piso volvió a brillar había conseguido convencerme de que todo había sido un truco de mi mente pero de todos modos decidí que tomaría mi precaria cena en mi habitación.
Haciendo malabares con el plato, el vaso de leche y mi bolso escolar caminé los cinco metros que separaban la cocina de mi habitación, a cada paso tenía la acuciante sensación de no estar sola
Calma ángel no hay nada ahí… me regañé.
—Pero si lo hay —dijo la voz nuevamente.
El salto de mi corazón se reflejó en la forma en que mi cena salió volando por el aire.
Ante mis despavoridos ojos las tinieblas se volvieron solidas y una embozada figura bloqueó el pasillo empequeñeciéndolo con su tamaño.
No podía ver bien pero me di cuenta que usaba algo sobre la cabeza que le velaba sus rasgos. Atontada tuve que pestañear dos veces para comprender que esta vez el asunto era real. Espantosamente real.
Entonces abrí la boca deseando gritar pero apenas conseguí emití un chillido soterrado al comprender que mi peor pesadilla se había convertido en realidad: estaba sola y había alguien en mi piso.
Alguien que me miraba desde el pozo sin fondo de una capucha en el que solo la noche existía.
Voy a morir pensé antes de que la oscuridad hecha rostro me tragara.
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