Se siente bien estar entre sus brazos sin importar
que las razones equivocadas me hubieran llevado ahí.
No sé cómo se llama, quien es o de donde viene y
tampoco importa, simplemente lo necesito ahora para sentirme completa y no una
yegua de cría que ni siquiera sirve a su propósito.
La noche contenida en el asiento trasero de un
Mercedes vela sus facciones pero mis dedos al deslizarse sobre los duros planos
recrean en mi mente la masculina belleza de su rostro, su cuerpo grande y recio
me aprieta contra él haciéndome sentir pequeña
Nuestras manos van y vienen, apartando botones,
bajando cremalleras, haciendo a un lado las ropas buscando la piel pero sin
llegar a desvestirnos del todo.
Me enredó a él como una hiedra necesitada de una
pared que la sostenga, muerdo la deliciosa aspereza de su barbilla, doy
pequeños tirones a su cabello disfrutando de la sedosa textura de los negros
mechones entre mis dedos.
Jugamos el juego del cortejo, macho y hembra
apartándose y uniéndose. Me alejo…me atrae…cedo… Empujó su pecho al tiempo que
arqueó la espalda invitándolo a probarme, su boca traza un sendero de caricias,
lamidas y pequeños mordiscos marcando la piel impoluta que nadie se ha atrevido
a tocar en mucho tiempo
—Muérdeme — pido buscando el calor húmedo de boca
sobre la apretada cima de mis pezones. Su lengua rodea y atrae chupando, rozando,
besado con movimientos lúbricos, imitando
un acto que no tardaremos en completar.
Lo hace, siento el delicioso dolor que dejan sus
dientes al marcar mis senos.
El calor empaña los cristales y nuestras pieles se cubren de sudor. El aire
es espeso, perfumado con el aroma del sexo y el deseo.
Palmas formidables y rasposas se deslizan sobre la
patina húmeda de mis muslos buscando bajo mi falda. Los bordes ásperos de sus
dedos rozan mi monte para luego seguir hasta alcanzar el borde elástico de mis
braguitas.
Me toca sin respeto, ni por mis temores púdicos ni
por el hombre al que pertenezco y eso me excita más. Especialmente cuando su palma
abierta se abarca posesiva la franja prohibida entre mis piernas.
Su voz ronca me estremece al murmurar contra mi
cuello—Mía.
—No — jadeo excitada y aterrada a partes iguales. —no.
Mi dueño
es otro me recuerdo.
Sé que miento, no importan las razones que me hayan
traído a este lugar y momento, en un chispazo de claridad comprendo que lo que
ocurre entre los dos estaba destinado…
Aunque tal vez la lujuria sea la que habla en mi
sangre.
De cualquier forma lo que habrá de ser será. Tomé
la decisión en el transcurso de un latido, cuando nuestras miradas se cruzaron
a través de una habitación llena de gente y el mundo entero se derritió en el
calor que sus ojos prendieron en mi vientre.
No daré un
paso atrás aunque corcoveé al sentirme invadida por sus dedos.
—Si— gimo animándolo a seguir con la irreverente
exploración de mis labios íntimos. —oh, sí.
Me vuelve loca esa invasión, el estira y aflojé de
mis deseos y pudores que me acercan al orgasmo estoy tan cerca…
—No — gimo elevando la pelvis en una ofrenda al
sentir su retirada de su toque que regresan a la exigua barrera de satén que de
mis braguitas.
—Si — responde tirando rudo de la tela que se
rasga desnudado mi coño convertido en líquido por el miedo y la lascivia.
En ataque de recato cierro los muslos y tiemblo
sin embargo no abandono el anclaje de mis uñas que arañan sus hombros. Un
latido de lucidez me hace preguntarme por lo que qué se ha apoderado de mí.
No lo sé y tampoco importa.
Lo que ocurre entre nosotros va más allá de la
duda, la vergüenza o la decencia. Nos deseamos… punto.
Sus manos abren rudas mis muslos obligándome a aceptar
sus caderas afiladas. La austera textura de sus jeans raspan y excitan a la vez.
Rodamos sin control en el reducido espacio trasero
del auto, sobre el cuero de los asientos, gimiendo, tocando, lamiendo, besando
aproximándonos pero sin llegar a tocar nuestras bocas que son por acuerdo
tácito territorio prohibido.
Su peso me comprime, sus dientes muerden mis
clavículas dejando una marca que podría costarme la vida.
Giramos otra vez, ahora estoy arriba, a horcajadas
sobre él, dominada y dominante a la vez.
—Te quiero dentro— le pido en un susurro.
—Todo… todo lo que quieras— responde antes de
levantarse del asiento dejando nuestros rostros frente a frente por un corto
pero interminable segundo.
Con una ternura desconocida me rodea la cintura
envolviéndome en un apretado abrazo mientras clava sus ojos en los míos y
descubro consternada que hay un universo de sentimientos escondido tras esos
ojos color índigo, — No por favor —suplicó con voz rota.
No quiero que me mire con ese cariño destinada a
un amante. No soy su amante, entre nosotros sólo hay sexo casual.
De una vez…de un momento.
Y sin embargo no consigo sustraerme del hechizo
que tejen, me prendo, dejo que la noche en sus ojos me llene de sueños. De ese
algo profundamente tierno escondido en su dureza masculina, un sentimiento que
llama a su igual dentro de mí.
Sin desearlo vuelvo a ser la chica que fui hace
muchos años, cuando tenía el alma tierna al igual que el corazón.
Su boca húmeda me atrae, esos labios
condenadamente sexys llaman a ser probados. No debo hacerlo, no habrá vuelta
atrás su caigo en la tentación.
—No — gimo otra vez pero es demasiado tarde, él ha
roto la distancia de un suspiro y me toca el alma que llevo a flor de piel en los
labios.
Oh dios…oh
Dios…ese beso…tiene la dulzura de la miel y la amargura del
olvido. Me bebo el mundo con cada rocé y entierro mis recuerdos en su vehemencia
mientras nos besamos sin ni freno.
Me entrego a él con la impaciencia de una novia en
su noche de bodas, con el cuerpo ansioso y el alma expectante.
Y mientras desnudo su erección con manos ávidas
comprendo aterrada que mi vida nunca volverá a ser la misma.
Soy suya…
Malena Cid
2011© Todos los derechos reservados
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