martes, 25 de febrero de 2014

Ángel


  No lo sé, ni siquiera sé si lo que pienso tiene sentido o he perdido la cabeza y todo cuanto veo es parte de alguna alucinación. Ojala lo fuera, pero el hedor de la muerte y el crujido húmedo de la carne al ser pisoteada son sorprendentemente reales, tanto que no puedo evitar girar sobre mis pies y observar el desolado panorama que me rodea.
Los cuerpos yacen desparramados y enredados como marionetas a los que un desquiciado titiritero ha cortado las cuerdas y bañado con pintura roja, algunos parecen tan desfigurados que ni siquiera puedo reconocer en ellos la figura humana. Brazos, piernas, partes que no consigo identificar cubren cada centímetro a mi derredor, la sangre ha convertido en bicolor un mundo antes colorido.
El acido sube por mi tráquea y vomito una y otra vez hasta que no me queda más en el estomago, aún así, una y otra vez mi cuerpo se estruja y agoniza mientras intenta alejar de él un mal que no está dentro.
Al final, cuando ya no me queda energía me limpio la boca con manos sucias. Hay sangre y fragmentos que no deseo identificar sobre el dorso, Dios sabe lo que encontraré si me atrevo a mirar las palmas.
 Cierro los ojos, una claridad rojiza se filtra por mis parpados, es como si no pudiera escapar y yo misma nadara en ese océano carmesí.
Rezo furiosamente, sin comprender siquiera las palabras, parte de mi se haya alienada de lo que me rodea protegiéndose de lo imposible, pero reconozco la cadencia y el tono urgente, suena igual a los exabruptos de la anciana esquizofrénica que recorría las calles cercanas a mi casa.
Ahora ella está muerta, todos los están, soy la última mujer sobre la tierra, el último ser humano que queda.
Mientras rezó, sin saber a quién tampoco, no sé si pido si despertar de una pesadilla o que deje de importarme toda esa muerte, lo que sea espero que de resultado pronto, antes de que termine caminando por las paredes.
No hay sitio para mi, ni puerto seguro en que pudiera capear la tormenta, no cuando la humanidad entera se enfrentó a un juicio que se había tardado en llegar y nos convirtió una especie extinta, piezas de museo, es decir si en algún futuro distante, otros seres que ocupen nuestro lugar, les dé por exhibir nuestros restos, tal como lo hacemos nosotros con las cosas que matamos.
Un roce inesperado sobre la mejilla, me hace saltar como un conejo asustado. Grito y me desplomo sobre la tierra, convertida en una pequeña pelota.
En posición fetal, me aclara esa parte de mi cerebro que se afana en permanecer ajena.
Siento deseos de mandar a la mierda a la vocecilla petulante, pero eso sólo serviría para convencerme de mi locura, después de todo, hablar con uno mismo, es uno de los síntomas.
—No temas — bondad, autoridad, compasión, su voz destila todas esas cosas en las que creía antes de que el mundo se fuera a la mierda y ellos llegaran convertidos en jueces, jurados y finalmente verdugos.
 No es que no crea que nos merecemos lo nos ocurre, sabe Dios, y pensar en él casi me parece una blasfemia, que hemos hecho todo tan mal que un día tendríamos que enfrentarnos a su ira.
Eso no quiere decir que acepte la extinción con una sonrisa en los labios o que me ponga del lado de nuestros asesinos.
Una mano, suave como pluma roza mi cabello, me estremece su toque porque se siente como ser acariciada por una nube y sin embargo, me recuerdo, esas mismas manos han arrancado cabezas y miembros con la misma facilidad con la que se despedaza una hoja de papel o se aplasta una cucaracha bajo la suela del zapato.
—No voy a hacerte daño— dice. Díselo a los que nos rodean a ver si te creen. Pienso.
Afortunadamente él no puede leer mi mente, lo cual es una ventaja, si es que existe tal cosa en ésta situación.
Toma mis manos y las aparta de mi rostro, no soy capaz de resistir, su fuerza es tal que podría aplastar mis huesos pero la usa con tanta prudencia que me pregunto si acaso he imaginado todo. La pegajosa humedad que cubre y gotea por mi barbilla me recuerda que es imposiblemente real, aterradoramente real.
Y más valdría no olvidarlo.
—Abre los ojos — dice y pese a mis propios deseos, obedezco.
El aliento huye de mis pulmones y bajo la sangre que me cubre, estoy segura de que he perdido el color, el asombro substituye al terror y me descubro fascinada por una belleza ultra terrena.
Un ángel ha venido, ha traído la muerte y la destrucción. Y estoy yo mirándolo arrobada.
¿En qué clase de persona me convierte eso?
En una sobreviviente, responde, metiendo su cuchara, la voz de mi cabeza. ¿Sobreviviente? La rebato ¿Por cuánto tiempo?
—Relájate —murmura el ángel, —será más fácil de ese modo.
¿Más fácil? ¿Qué? ¿Matarme?
Me digo que no debo ponérselo simple, tendría que hacer algo, golpearlo o gritar o…no sé…algo, en vez de quedarme mirándolo como los corderos miran desde el matadero.
Finalmente pregunto—¿ Por qué?
No estoy segura de porque he hecho esa pregunta en especial, si deseo saber porque ellos han venido a desatar esa carnicería o porque sigo viva y respirando, en cualquier caso dudo que vaya a decírmelo. El rostro imposiblemente hermoso, se quiebra en una expresión de ultrajada inocencia y me arrepiento de preguntar. Sus grandes y blancas alas me envuelven
 —Era necesario — responde finalmente—¿De qué otro modo podríamos estar juntos?
Malena Cid.
Éste pequeño cuento, de mi autoría, fue aceptado en el colectivo Amores Horrendos, aqui les dejo el link para descargar, besos a todos.
 http://www.bubok.es/libros/231537/Horrendos-amores

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, deja algun mensaje,