Recostada
en mi deshecha cama y sin nadie alrededor, di rienda suelta a mi histeria y es
que no haya nada más fácil, cuando se tienen 17, que torturarse uno mismo por
cualquier motivo.
Si
hubiera sido capaz de pensar con frialdad, me habría dado cuenta de lo
imposible que resultaba cualquier interacción entre nosotros, que pasara de los
limites que marcaba la ética personal de Alex, pero mi mente inmadura no era
capaz de tanto análisis.
Esa
noche y mientras alguno de mis viejos se ocupaba de recordar que además de
personas eran padres, me dediqué a recordar con lujo de detalles lo que había
sentido al colocar la mano sobre él.
Hmmm…
a pesar del oscuro y desolado abismo de mi depresión adolescente, mis ya incipientes conceptos
sobre la masculinidad, aunados a mi revolucionada memoria, me permitieron recrear
la dureza de sus muslos, el brillo amenazador de sus ojos, la tensión que había
mostrado un segundo antes de huir.
Era
demasiado para mí y lo sabía, quizá por eso lo deseé aun más. Abrazada a una
almohada y en medio de la oscuridad dejé de llorar y comencé a imaginar.
Imaginar
que me deseaba como yo a él…
Era
grande, era fuerte, sin duda más de lo que podía manejar, pero me sostenía la mirada
mientras le acariciaba el muslo con provocadora lentitud.
—Eres
una loca — dijo el Alex en mi fantasía, tergiversando sus propias palabras.
—Si
— confesé en un sofocado susurro— lo soy…¿no sabías?
Mi
mano corrió suavemente sobre sus jeans. En mi imaginación no era la deslenguada,
cuasi adolescente y fastidiosa alumna Julia, sino una mujer adulta,
sofisticada, completa, mundana, capaz de tentarlo y no la jovencita
fastidiosamente calenturienta que lo acosaba.
Lo
acaricié despacio, las yemas de mis dedos recorriendo, casi sin querer un muslo
cubierto por desteñido dril, percibí claramente su calor, su dureza, la fuera
que escondía de todo y de todos.
En
la solitaria penumbra de mi habitación, era mi propia mano la que se deslizaba
por mi cuerpo, recorriendo las exiguas curvas, mis pechos, el vientre plano,
cintura y caderas antes de entregarme por completo a la fantasía de ser amada
por el hombre que deseaba.
Era
Alex quien me tocaba, su mano grande y ligeramente rasposa rozaba la calidez
entre mis muslos.,
—Tan
suave…— musitó acariciándome.
—Si…—
gemí enterrando mi rostro en la almohada.
El
aire denso y caliente de mi habitación, se llenó con el recuerdo del aroma
masculino y picante aun vivo en mi nariz. Embebida en mi estimulante
ensoñación, mantuve los ojos fuertemente cerrados mientras me aferraba a las
sensaciones.
No
era la primera vez que me tocaba — y definitivamente no sería la última —pensando
en él, pero esa noche fue diferente, una primera vez en cierto modo. ¿Cómo
explicarlo? Tal vez diciendo que todo era y no real.
Los
botones de mis jeans cedieron y mi pequeña mano la que se deslizó bajo la
cinturilla de mis pudorosas bragas, solo que…no era yo quien me tocaba sino
Alex.
Los
dedos largos y fuertes de mi fantasía, recorrieron mi monte jugando con los
rizos oscuros.
Ah…podía
sentirlo…literalmente.
Esas
manos masculinamente bellas recorrieron mi casi intocada intimidad lentamente, cosquilleando,
explorando, recorriendo.
Otra
mano se cerró sobre uno de mis pechos, oprimiéndolo sin mucha delicadeza, la
sangre se me subió a la cabeza haciéndome olvidar el desastre de la tarde.
¡Qué
delicia!... pensé cuando mi Alex de fantasía tironeó de los jeans hasta arrancármelos
y arrojarlos sin cuidado, para enseguida hacer lo mismo con la blusa y el bra.
Podía
verlo de rodillas, su peso hundiendo levemente el colchón entre mis muslos
abiertos, su torso desnudo y musculoso brillaba bajo la luz de la luna (¿Bueno
que querían? Esa era mi fantasía y bien podía ponerle o quitarle los detalles
que quisiera)
Giré
sobre mi cuerpo, hasta quedar boca abajo mientras arrastraba las ya
desordenadas sábanas y las caricias robadas a la imaginación me ayudaban a
olvidar todo el desastre.
Mi
decepción y la coincidente decepción se fundieron, cambiaron moldeando algo diferente que no tenía que ver con el despecho.
Aunque…
quizá en cierto modo, pues convertir a Alex en el objetivo de mi incipiente erotismo
pudo haber sido una forma de paliar mis sentimientos encontrados o una manera
de vengarme aunque sabe Dios que sólo podía vengarme de mi propia estupidez.
(Continuará)
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