El lobo esperó inmóvil tras un árbol durante horas,
pues al no tener Caperucita reloj, no había forma de programar las citas
clandestinas a las que, por necesidad, estaban obligados.
Los minutos pasaron lentos y del frío de la mañana al calor del medio día, el lobo tuvo tiempo para replantear la situación.
Los minutos pasaron lentos y del frío de la mañana al calor del medio día, el lobo tuvo tiempo para replantear la situación.
Era obvio que la chica de la capa roja no le convenía, por
muchas y buenas razones.
Ya se lo había dicho su loba madre, cuando se aventuró a mencionar a aquella desquiciada criatura: —Aléjate de las chicas humanas —dijo con voz cansina la más vieja de su jauría —solo traen problemas.
Y vaya que era cierto, Caperucita no solo era impuntual, se dijo el lobo, también caprichosa, vanidosa y hasta coqueta.
Además de que había que reconocer que, la extraña y prohibida, relación en la que estaban envueltos no tenia futuro ni marchaba a ninguna parte.
En cada cuento, que hubiera leído alguna vez, una chica con una capa roja y un lobo, eran siempre antagonistas y no amantes, un par de fieras separadas por el modo de cazar y el lugar donde habitaban.
Ya se lo había dicho su loba madre, cuando se aventuró a mencionar a aquella desquiciada criatura: —Aléjate de las chicas humanas —dijo con voz cansina la más vieja de su jauría —solo traen problemas.
Y vaya que era cierto, Caperucita no solo era impuntual, se dijo el lobo, también caprichosa, vanidosa y hasta coqueta.
Además de que había que reconocer que, la extraña y prohibida, relación en la que estaban envueltos no tenia futuro ni marchaba a ninguna parte.
En cada cuento, que hubiera leído alguna vez, una chica con una capa roja y un lobo, eran siempre antagonistas y no amantes, un par de fieras separadas por el modo de cazar y el lugar donde habitaban.
Suspirando de tristeza, el Lobo llegó a
la conclusión de que era momento para terminar con el asunto y lleno de
resignación se imaginó la vida sin ella.
El
tiempo sería igual, pensó flemático. Seguramente un día sí, y otro también, viviría
como un lobo común; perseguiría gamos, ciervos ovejas, cabras y hasta pastores si se sentía de buen humor, seguramente
se la pasaría escondido de los cazadores, de los osos y en general de todos los
ojos que no fueran los de su propia familia.
—Eso sí — se dijo con un gruñido —tendría que conformarme con gozo que da el instante donde presa y depredador se convierten en
uno.
A cada instante la idea de abandonar su
historia de amor le parecía más y más agradable. Le encontró ventajas a esa idea,
imaginó satisfacciones, y se proyectó a un futuro en donde junto a una hembra peluda y respetable, fundaría una nueva y feliz jauría.
Más convencido que nunca el lobo se dio
la vuelta dispuesto a marcharse. Era mejor así, se dijo, sin explicaciones ni
recriminaciones, sólo el silencio para decirle a Caperucita que había por fin terminado.
Ella entendería sin duda y se marcharía
de vuelta a su pueblo donde con toda probabilidad, una cohorte de muchachos
esperaría por verla.
Si… era mejor así…
Excepto que en un instante comprendió una
verdad fundamental en su cuento de hadas:
—Vivir sin amor no es vivir — musitó en
voz alta y para nadie.
Era cierto, sin Caperucita, su vida
sería lejos de toda duda, mucho más sencilla y tranquila, sin sobresaltos ni
habladurías. No se enfrentaría al peligro de ser descubierto, a la reprobación de sus padres, o a la estupidez de
querer lo que no se debe.
—Pero tampoco la tendría— murmuro para sí.
Ni a ella ni a las noches, en las que convertido en hombre, entraba a
escondidas por el balcón de la vieja cabaña, para aullar su amor a la
luna llena sobre las sábanas mojadas de sudor.
Tampoco habrían más tardes de retozos en
un nido de amapolas encarnadas, en las que el sexo, desenfrenado y caliente desafiaba
la lógica de lo posible a convertirlo a él en poco más que un hombre y a ella en poco menos que una fiera.
Sin ella seguramente viviría más, pero existiría
menos.
Cuando Caperucita finalmente llegó a la
cita, un lobo jadeante y más enamorado que nunca, aguardaba impaciente junto al
tronco de un antiguo árbol.
—¿Me esperarías por siempre amor? —
preguntó ella al verlo, al tiempo que
tiraba coqueta del lazo que mantenía la capa roja como la sangre en su lugar.
—Siempre —respondió seguro el lobo, mientras
sus garras convertidas en manos sujetaban con fuerza la cintura de su fiera.
Malena Cid
2012©Todos los derechos reservados.
Un buen relato. Me gustó esa reinterpretación de la historia del lobo y Caperucita.
ResponderEliminarGracias por dejarte caer por este blog y leer mis desvarios, un gran beso Martín
EliminarMalena
hola malena!! me gusto este relato, y cada palabra cada ves mas hermosas...
ResponderEliminarme encantaron especialmente y te sito
-vivir sin amor no vivir
-Sin ella seguramente viviría más, pero existiría menos.
un beso eh abrazo desde:
http://theperfectmanualforaudacity.blogspot.com.ar
Un placer leerte Io, tu blog como siempre impresionante, me alegra que te gusté esta semilla de una futura historia.
EliminarUn gran beso, Malena.