Sentada en una mecedora, sin más
compañía que coloridas bolas de lana, dos agujas y mucho tiempo, tejo y me importa un comino lo que piensen los
demás.
—Punto
derecho.
Dicen que comencé esta afición por
puro despecho, pero la verdad es que siempre había deseado hacerlo.
—Punto
revés.
Mi madre cree que debería hacer
otra cosa, cestería o cerámica tal vez. Mi suegra - quizás deba llamarla futura
ex suegra - concuerda.
—Punto
derecho.
A las dos se les ha ocurrido que de
ese modo por lo menos tendremos una vajilla nueva en lugar de éste proyecto de
manta que es cuento de nunca acabar.
—Punto
revés.
Sin embargo yo encuentro relajante
montar punto sobre punto.
—Punto
derecho.
Ya que es lo único que monto,
además cuando tejo no pienso.
—Punto
revés.
¡Y menos en ese cabrón!
—Punto
derecho.
No me pregunto en dónde o peor aún, con quién
esta.
—Punto
revés.
Tejer me agrada.
—Punto
derecho.
Así no extraño a ese hombre.
—Punto
revés.
No desgasto mi tiempo en recuerdos.
—Punto
derecho.
No pienso en su piel.
—Punto
derecho.
O su aroma.
—Punto
derecho.
Ni me da por idealizarlo en la cama.
—Punto
derecho.
Y es que el desgraciado era bueno
en ella.
—Punto
derecho.
Más que bueno, maravilloso.
—Punto
derecho.
Aguanta horas y además…
! Mierda!
¡Me equivoqué! ¡Y con lo que odio
deshacer lo hecho! ¡Tres malditas horas desperdiciadas en nada!
Aunque eso no es lo peor, ni por
mucho. Lo peor será cuando alguien entré a la habitación y pregunte en todo
mesurado como quien le habla a una loca:
¿Qué tejes Penélope?
Malena
Cid.
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