Les presento con mucha alegría el primer capítulo de mi
novela Luna de Cazador, próxima a publicarse:
1
El seco crujido
procedente de la mesa de pool hizo saber a Cristina Möller, camarera de
profesión y frustrada aspirante a actriz, que era noche de juega para los
Varek.
Sonriendo, para sí misma,
al tiempo que intentaba trasladar una orden de cerveza y papas sin derramar o
mezclar los contenidos, la chica se preguntó, como lo había hecho tantas otras
veces, la razón de aquella desconcertante pero sin duda bienvenida presencia.
Que los hermanos Varek pasaran,
las horas muertas de sus madrugadas, destrozando bolas, partiendo tacos y
rayando el paño de las mesas, no resultaba insólito, después de todo, el pool
siempre ha sido, y aun es, un rito de testosterona. Lo sorprendente, —a los ojos
de Cristina— era que el ritual se llevara a cabo en las entrañas del O´Sheas, el
más corriente de los bares del Southie, el más vulgar de los vecindarios del
Gran Boston, y no en algún club pijo adecuadamente ubicado en el distrito
financiero, donde sin duda serían bienvenidos, pese a lo inadecuado de su cuna.
Era obvio para todos,
que los Varek no pertenecían a la aristocracia local, compuesta en su mayoría
por los descendientes de peregrinos llegados en el Mayflower, al contrario, su
mismo apellido insinuaba un nebuloso punto de Europa del Este— que ellos jamás
se habían molestado en precisar— como lugar de procedencia.
Sin embargo, como quiera
que fuera — o más exactamente— de donde vinieran, los hermanos Varek encarnaban
el sueño americano. La suya era la arquetípica historia de éxito que tanto
gusta a la prensa, cuyos integrantes— columnistas, reporteros y comentaristas —
no dejaban pasar la oportunidad de recordarle a la audiencia, el origen
extranjero de aquellos que de algún modo se abrieron paso desde las calles de
Boston hasta alcanzar las cumbres del mundillo financiero internacional.
Con habilidad nacida de
la experiencia, Cristina coloco un par de jarras de cerveza y la consiguiente
orden de papas a la francesa, sobre una despostillada mesa, al mismo tiempo, se
las arregló para esquivar un torpe intento de magreo a su entrepierna.
Definitivamente, si
tuviera la mitad de la plata que poseían los Varek, jamás pondría un pie en el
Southie.
Nah, ni por error, para ella, el simple
hecho de estar por voluntad propia en O´sheas, respirando aire viciado,
bebiendo cervezas corrientes y codeándose con lo último en la escala de los
nacidos para perder, constituían una jodida falta de criterio. Sin embargo
dicha falta le venía a ella de perlas al permitirle disfrutar de un espectáculo
generalmente reservado a la prensa rosa.
Cristina no pudo evitar
sonreír licenciosa al pensar en los chicos— hombres más bien— Varek y en sus
innegables atributos físicos, que superaban con mucho el balance mensual de sus
abultadas cuentas bancarias.
Belleza
y dinero, bonita combinación…pensó
la chica con los ojos puestos en las altas y macizas figuras iluminadas por
charco de luz de la mesa de pool.
Decir que eran guapos
era poco. Guapo era una palabra que Cristina usaría en alguien como Gabriel
Aubry o a Brad Pitt cuya belleza era superficial. Ricos, altos, recios,
fuertes, poderosos, amenazadores…sexys… eran vocablos más adecuados. Ferozmente
atractivos, era por otra parte, la frase que mejor quedaba a la hora de
describirlos.
Sus imponentes siluetas
destacaban entre la clientela habitual de O´shea, compuesta en su mayoría por
ex convictos, moteros y maleantes de cierta importancia, quienes sin embargo, evitaban
como a la peste acercarse al mal iluminado rincón donde los Varek jugaban pool del
mismo modo en que conducían sus negocios: combinando la destreza de un
profesional con la hostilidad de un sicario.
Sip…
había que reconocer
que aun en el submundillo peligroso y a menudo violento de O´Sehas, los Vareck
constituían una categoría aparte y como ocurre en estos casos, todo mundo
prefería dejarlos de lado.
Había sabiduría en
hacerlo, Cristina llegó a esa conclusión y
cualquier otra noche se la hubiera pensado antes de acercarse pero…¡Qué
diablos! De algo hay que morir.
Dándose valor con un
trago de whisky, la chica se peino el cabello con los dedos, mordisqueó sus labios
para darles color, alisó la minifalda y acomodó sus pechos hasta casi hacerlos
salir del escote y caminó contoneándose en dirección a los temidos objetos de sus
fantasías.
¡Mierda!
Están para comerlos crudos,
pensó al acercarse. Dejó escapar un esclarecedor suspiro y se dedicó a
observar, sin disimulo, aquel culo digno de rebotar una moneda, enfundado en
jeans de diseñador, que uno de ellos, exhibía al inclinarse sobre la mesa.
Cristina conocía sus
nombres, pero era incapaz de señalar cuál, de aquellos cinco esplendidos especímenes
masculinos, estaba en mejor forma o resultaba menos amenazador.
Dragos quien parecía el
mayor —de y entre —ellos, poseía los ojos dorados más bellos que ella hubiera
visto alguna vez, aunque su temperamento explosivo y el rictus de amargura en su
rostro, hacían que le resultara un tanto antipático. Le seguía Mihail, el asesino—
como Cristina le llamaba en su fuero interno —devastadoramente atractivo pero
cálido como un iceberg.
Continuaban la lista
Ioan y Luka, tan parecidos físicamente como pueden serlo un par de hermanos y a
la vez, diametralmente diferentes en sus temperamentos. Luka era despreocupado,
desenfrenado, incluso podía ser divertido en ocasiones. Sus desteñidos jeans,
camisetas negras, viejas cazadoras y botas con punteras de acero, le daban un
aspecto tosco y salvaje que Cristina encontraba irresistible.
En la otra cara de la
moneda estaba Ioan y su inmaculada presencia. Cuidadoso y tan controlado que hubiera
resultado un tanto aburrido sin ese aire decididamente letal que ocultaba bajo
una máscara de encanto.
Sin embargo el favorito
de Cristina era Ilie, bello como un ángel caído e igual de peligroso. No era
tipo matón como Luka, ni un chico pijo al estilo de Ioan. Sombrío, silencioso,
casi hasta el punto de la timidez, era sin embargo, amable con ella aunque sin
llegar al coqueteo.
Peligrosos e
impredecibles como un tigre e igual de atrayentes. Cristina podía soñar con morderlos,
pero eran definitivamente más de lo que era capaz de masticar, a pesar de lo
cual — o quizás a causa de —moría por ponerles las manos encima. Cada vez que
estaba cerca de uno de los Varek, los dedos, por no mencionar otras partes de
su anatomía, cosquillaban de ansiedad y cada noche que ellos se dejaban caer en
O´Sheas la chica tenía una cita segura con su vibrador, porque estar con otro
hombre, tras exponerse a ellos, se le hacía simplemente impensable.
Moría de deseo al
verlos, a pesar de lo cual, no se atrevía a dar el paso definitivo y,
literalmente, ofrecerse.
Los Varek liberaban sus
instintos femeninos. La hacían sentirse excitada, caliente, salvaje. Una hembra
que desea aparearse con un macho determinado sin importar las consecuencias,
Al mismo tiempo desataban
algo más primitivo y básico en su interior, alguna clase de sensatez—¿o
cobardía?— que la impelía a mantener las distancias y evitarlos, igual que una
oveja a un lobo.
Hasta esa noche.
Rodando las caderas
hasta casi desencajárselas, se acercó libreta en mano lista para tomar sus
órdenes.
—¿Hay algo que desees?—
preguntó descarada. Miró y sostuvo la mirada cargada de sexo y amenaza que
“Ojos de oro” le dio a cambio.
—¿Qué ofreces? —
preguntó a su vez el imponente hombre.
Cristina no se molestó
en responder, lo que ofrecía saltaba a la vista, así que sonrió y recorrió el
cuerpo de Ojos de oro con avidez.
¡Dios! qué bueno lucía aquel
tío. Reclinado contra la pared, con los
musculosos antebrazos cruzados con indolencia sobre el pecho y aquellos
extraordinarios ojos brillantes como topacios fijos en ella. Por un segundo, Cris experimentó la curiosa
sensación de ser una presa evaluada por depredador, cuando él la recorrió de
arriba abajo desnudándola con la mirada.
El vello de la nuca se le erizo cuando una sonrisa perversa se formo en su
cruel pero agraciado rostro. No respondió de inmediato, el hombre tomó un sorbo
de la cerveza antes de indicar con voz sombría —aunque sin duda eres demasiado
joven para lo que tengo en mente.
En la mente de Cristina se formaron imágenes
oscuras y eróticas de ella misma siendo tomada por él. Los pezones se le
endurecieron mientras se imaginaba con la espalda sobre el paño verde de la
mesa de pool, la falda hasta la cintura y aquellos increíbles ojos fijos en
ella mientras le daba la clase de sexo que necesitaba ahora mismo.
Mucho antes de perder la
virginidad, en el asiento trasero de un viejo auto, Cristina había dejado de
ser ingenua. Su vida sexual podía ser catalogada de todo menos de aburrida, a
pesar de lo cual, se sonrojó violentamente y la cabeza le dio vueltas al imaginar
en lo que se sentiría ser montada salvajemente por “Ojos de Oro”.
Presintió que practicar
sexo con él sería sucio, rudo y quizás un pelin violento. Un escalofrió de aprensión
le recorrió el cuerpo mientras llegaba a la juiciosa conclusión de que Ojos
Dorados tenía toda la razón. Definitivamente no estaba lista para él.
Un par de grandes manos le rodearon la
cintura desde atrás, el calor las ásperas palmas se filtró por la delgada tela
de la blusa quemándole la piel. Una voz ligeramente ronca ronroneó contra su
oreja — Creo que hay algo que deseo.
No estaba segura cuál de
ellos la sostenía contra su cuerpo, tampoco importaba, estaba a punto de hacer
realidad su fantasía, sólo debía mover la cabeza, asentir y el asunto estaría
hecho.
Sus pezones florecieron
contra la tela de la blusa, un torrente de humedad empapó sus ya mojadas
bragas, mientras su coño pulsaba enloquecido deseando que aquel miembro, grande
y duro que se frotaba contra sus nalgas, la penetrara de una vez.
Una mano grande y
callosa se deslizó lenta y pesada por el costado de su cuerpo, recorrió con
parsimonia su cintura, la curva de sus caderas y siguió bajando hasta alcanzar
el borde de la falda.
El jadeo quedo que
escapó de sus labios coincidió con el rocé descarado de unos dedos contra la
tierna piel de su entrepierna.
—Podemos hacerlo aquí —
dijo la voz, — o donde tú quieras princesa.
La tentación de ceder
era enorme. Casi podía sentirlo entre sus muslos, toda esa potencia empujado
contra ella.
Y sin embargo…
¡Corre! Dijo una aterrada vocecilla en el
fondo de su mente. Su intuición gritaba que perdería más de lo que estaba
dispuesta a perder.
Resultaba seguro, aunque
terriblemente insatisfactorio tener un interludio con el vibrador, que la
sensación de uno de esos cuerpos grandes y pesados aplastándola, gruñendo cosas
sucias y mordiendo sus pechos hasta dejar huellas sobre su misma alma.
Dando un ligero manotazo, Cristina, apartó
las calientes manos y miró hacia atrás con un valor que no sentía. —Lo siento —
dijo sosteniendo la burlona mirada de Luka Varek — únicamente del menú.
La sonrisa del hombre se hizo más grande, sin
asomo de recato colocó nuevamente la mano en su cintura y tiró levemente de
ella, no tanto como para pegarla a su cuerpo pero si lo suficiente para
asustarla.
—Es una lástima, podríamos
aprender algunas cosas juntos—dijo dejándola ir, — yo podría enseñarte, pero ya que no te agrada
la idea…
Dejando inconclusa la frase el hombre dio la
vuelta con el taco levantado para inclinarse nuevamente y dejarle ver su
perfecto culo.
Mierda,
eso me pasa por jugar con fuego,
pensó Cristina alejándose de la mesa antes de que cambiara de opinión y en
verdad se subiera a la mesa.
—Un consejo— le gruñó al
paso Mihai, quien montado en una silla hacía una imponente exhibición de
fortaleza— no te pongas en la banca si no tienes la intención de jugar.
La breve mirada hizo que
la sangre de Cristina se le helara en sus venas, la palabra muerte, se asomó al
borde de su conciencia mientras comprendía que Mikai Varek no parecía un
asesino. Lo era.
Moviéndose ágilmente
entre las mesas, Cristina pretendió no escuchar, se alejó de esos cinco
problemas tan rápido como pudo aunque sintiendo en el fondo una leve punzada de
arrepentimiento. Suspirando llegó a la juiciosa conclusión tenido suerte al
escapar entera.
Siempre
es igual, pensó
Dragos con ironía teñida de rabia al ver, la no tan graciosa, retirada de la
camarera. No importaba si era el vejo o nuevo mundo, a donde fueran los humanos
reaccionaban del mismo jodido modo y él los odiaba por ello. Realmente lo
hacía. Sus sentimientos hacia esos traicioneros hijos de puta, eran los mismos
desde que tenía memoria y dudaba que fueran a cambiar en un futuro próximo.
Los odiaba y al mismo
tiempo no podía aislarse de ellos.
El pensamiento produjo
una nueva burbuja de ira, en pozo de amargo resentimiento, que hervía bajo su
piel.
Comprendió, que en
realidad no era culpa de la chica, simplemente su actitud no ayudaba. Ella era predecible, al igual que el resto. Los humanos reaccionaban atraídos ante la imagen
pero retrocedían al percibir a la bestia en su interior.
Bebiendo un trago de la fría cerveza observó
a sus hermanos reunidos como cada noche.
Luka colocaba tiza sobre un taco, intentando
por enésima ocasión vencer a Ilie, algo
que no había logrado en…
¡Mierda! No podía
recordar desde cuándo.
A un lado Ioan flirteaba
descaradamente con una chica rubia.
Vaya
pieza, pensó Dragos
observando el diminuto top, que sin duda, dejaría escapar sus pechos a la menor
provocación y la falda, que no era más que un cinturón ancho. La chica reía
como una tonta y sacudía el cabello como si tuviera un tic nervioso, en una
perfecta imitación de rubia descerebrada aunque sus ojos azules examinaban el
elegante aspecto y el evidente lujo con una mezcla de lujuria y avaricia.
Hablando de pecados capitales.
Mihai era asunto aparte. Su taciturno hermano se mantenía al margen.
Si bien mantenía la mirada fija en el juego, no parecía especialmente interesado
en el movimiento de las bolas.
Ni en las meseras.
O en algo siquiera.
La frialdad de Mihai se
reflejaba en el gris ártico de sus ojos advirtiendo que era mejor mantenerse
lejos de su camino.
Los cinco eran cuanto
quedaba del Lagh familiar, peor aún, del orgulloso y antiguo linaje de los
Spalvain y pese a no ser hermanos de sangre —excepto Luka y él— estarían unidos
hasta el fin de sus días por un lazo que no podía romperse.
Les gustara o no, eran
jauría. Mermada y disfuncional, como la mayor parte de las familias, pero
jauría al fin. Como parte de la misma manada sus vidas estaban entrelazadas
como lo habían estado la de sus padres y sus abuelos y como lo estarían las de
sus hijos si alguna vez los tuvieran, algo que parecía cada vez más lejano.
Tomó otro trago de la Corona, mientras
observaba distraídamente como Ilie y Luka intentaban destrozar las bolas, con
una abstracción digna de una cirugía cardiotoraxica.
La envidia carcomió a Dragos. Sus hermanos,
por lo menos se concentraban en algo. Quizás si fuera capaz de dedicarse a
algún pasatiempo con esa misma intensidad tendría algo de calma.
¿A quién engañaba? no
existía distracción capaz de cambiar lo que era: una bomba de relojería punto
de estallar, tan inestable como jodida nitroglicerina bajo el sol de medio día.
Joder se suponía que era el líder por derecho de nacimiento,
un pilar en donde los Spalvains debían apoyarse. Estable, solido, comprometido
con los suyos.
Dragos sonrío con ironía.
No estaba ni cerca.
Como diablos podía ser el pilar, si
necesitaba quien lo sostuviera a él. No podía con la presión, no quería esa
carga. Día con día la desconfianza hacia sí mismo se mezclaba con la inconformidad
por la tarea impuesta y se despreciaba por ello.
Odiaba esa faceta de su
personalidad, lo hacía sentir como una mala copia de su padre.
Dimitri Vareck había
sido un gran líder… de una jauría masacrada.
De que se quejaba, de
modos él no era mejor. Su único consuelo era, que al paso que llevaban, la
decadencia que comenzó con su padre terminaría con él.
Menudo consuelo.
Su reflejo parecía
burlarse de él desde el mugroso espejo de la pared. —Salve o gran Alfa—parecía
decirle.
Si claro… un gran líder,
un magnifico alfa que no quería tener responsabilidad alguna sobre los suyos,
tan descontrolado que apenas era capaz de cuidarse solo.
Un cabrón indigno de
guiar a nadie y a pesar de lo cual sus hermanos lo seguían hasta la muerte.
Si, era idéntico a Dimitri
Varek.
Estaba tan asqueado de
si mismo que algunas veces ni siquiera podía estar dentro de su piel. La
frustración se sentía como un monstruo agitándose y creciendo dentro,
alimentándose de sus temores e inseguridades, de sus recuerdos y pesadillas.
Sus ojos se fijaron en
el insinuante vaivén de las caderas de chica con la que flirteaba Ioan. Sin poder evitarlo Dragos sintió un leve y
nada bienvenido tirón sexual tensarle la ingle.
Aun tenía un remedio al
que apelar, remedio que ya no tenía la misma eficacia de antes se recordó:
Follarse a una mujer hasta perder la conciencia. Enterrar su cuerpo y
conciencia en el calor líquido de un dulce coño hasta olvidar.
Medicina para el cuerpo.
Medicina amarga.
A Dragos no le gustaba
sentirse atraído por una humana, no le agradaban y desde luego no podía confiar
en ellas, pero tenía más opción que recurrir a alguna de cuando en cuando.
Rascándose la barbilla
distraídamente intentó recordar la última vez en la que había estado con una
mujer.
Joder, no podía ubicar la fecha. ¿Un par de meses atrás? ¿O serían un par de
años?… de todos modos ¿Quién llevaba la cuenta? Encogiéndose de hombros pensó
que daba lo mismo a estas alturas. Se encontraba tan tenso que le vendría bien
cualquiera. A estas alturas no podía poner pero. Todo cuanto necesitaba era una
mujer dispuesta y caliente.
Era seguro como el
infierno que no descargaría toda la frustración que se lo estaba comiendo vivo
pero por lo menos mañana funcionaría a un nivel aceptable.
El chasquido de las
bolas sobre la madera hizo que el cabello de la nuca se le erizara.
Pensándolo bien, existía
otro medio para calmar su temperamento.
Con algo de suerte podía
sacarse la mierda de encima, siguiendo el muy humano método, de romperle la
cara a alguien. Sin darse cuenta hizo
crujir sus nudillos con un sonido semejante a una pequeña explosión en medio
del silencio.
Luka le lanzó una mirada
envenenada. La punta de su cigarro ardió largamente antes de gruñir hosco—Si
vas a hacer ruido será mejor te largas.
Enseguida volvió su
atención a la bola ocho.
Dragos sonrió
maquinalmente, ¿Quién podía decirlo? a lo mejor la suerte no le había
abandonado del todo.
Esperó en silencio a que
Luka preparara el taco cuidadosamente. De tanto en tanto su hermano le lanzaba
miradas de advertencia que Dragos ignoraba. Sus ojos dorados no perdían detalle
mientras Luka se inclinaba sobre la superficie de paño verde midiendo el ángulo
adecuado.
Un
poco más…
Luka levantó el tacó
colocándolo en la posición correcta.
Solo
un poco…
La punta tocó la bola y
retrocedió
Dragos hizo crujir sus
nudillos una vez más. Un chasquido horrible tan sonoro como el primero.
—Mierda —rugió Luka al
ver fallar estrepitosamente el tiro. La bola ocho dio un salto y salió
despedida cayendo con un plop sobre el linóleo manchado y continuó rodando
hasta quedar bajo la barra
—Tenías que hacerlo… ¿no
es así? —Luka le rugió enseñando los colmillos.
Dragos sonrío levemente mostrando
su propio par de armas en un gesto de intimidación.
La adrenalina corrió por
sus venas caliente y salvaje.
—¿Vas a hacer algo al
respecto?— gruñó.
Su cuerpo apenas se
movió y sin embargo estaba listo para luchar.
Un grupo de moteros
ajeno a la discusión se agitó nervioso en una clara demostración de instinto de
supervivencia o conciencia de hato.
Luka gruñó soterrado.
Ioan se adelantó un
paso.
Ilie se enderezó codo a
codo con sus hermanos.
Incluso Mihai levantó la
cara mostrando interés en algo por primera vez en la noche, estirando la
espalda sin moverse de su asiento.
— Si idiota, voy a hacer
algo — Luka se plantó enfrentando a su
hermano nariz con nariz. Durante un largo segundo ambos hombres se midieron
hasta que Luka sacudió la cabeza negativamente, pero sin someterse, antes de ir
por la bola.
—Voy a ignorar tu deseo
estúpido de perder los dientes por nada.
¡No! rugió Dragos por dentro. Necesitaba
una pelea, igual que un adicto a su dosis. Una sensación de ligara picazón se
extendió por su piel, las uñas de las manos surgieron y necesito de toda su fuerza
de voluntad para calmar su ansia de sangre.
Luka tenía razón, estaba
actuando por impulso y necedad, la ruta directa al infierno.
¡Mierda!
El monstruo de la
desconfianza asomó su cabeza por encima de su hombro. ¿Conspiraban contra él? ¿Alguno de ellos
deseaba ser el alfa?
Recorrió los rostros de
sus hermanos buscando el reproche o la crítica y solo hayo preocupación y
desconcierto.
Estaba comportándose
como un jodido imbécil. Dragos acorralarlo en un rincón de su mente a la bestia
de la desconfianza, pero no al monstruo del deshonor.
No quería su
preocupación, no necesitaba su piedad, la sola palabra le repugnaba. Ahora necesitaba
que alguno de ellos—o todos—le gritaran su incompetencia o se sometieran o
mierda ya ni siquiera sabía que era lo que quería.
—Es mejor que te calmes
viejo— dijo Ioan palmeándole el brazo — a menos que quieras comenzar el
espectáculo de los fenómenos y terminemos por aparecer en las noticias de las
cinco.
Dragos se quitó de
encima la mano con un empujón que llevaba la fuerza suficiente para
desencajarle el hombro. En esos momentos no soportaba que lo tocaran. Se apartó
de ellos dándoles la espalda.
Ioan tenía razón.
O´Sheas era un lugar público
estaban rodeados de humanos, cualquier error podría llamar la atención hacia
ellos algo que nadie deseaba.
Inhaló profundamente el
aire viciado del bar. Sería mejor que se largara de ahí o haría algo que los
cinco lamentarían.
No podía arriesgar la
vida que habían conseguido en Boston por un instante de furia, bebió un último
trago de la Corona y dejo la botella sobre el borde de la mesa con un violento
golpe.
—Debo irme— masculló
sacando un par de billetes de la cartera para lanzarlos con movimientos rígidos
antes de salir tan rápido como le fue posible de O´sheas.
Ninguno de los suyos
hizo el menor intento por detenerlo.
El frío de la calle le
ayudo un poco a serenarse, aunque apenas fue capaz de percibir el cambio de
temperatura.
De reojo observó a
algunos clientes de O´Sheas buscando algo de acción con las prostitutas que
daban largas caminatas por las aceras cercanas. El olor a perfume, licor barato
y desesperación envolvía la calle.
Éste no era un buen
lugar y sin embargo hacia juego con su estado de animó, Dragos se sentía en
carne viva. Sin poder evitarlo hizo crujir los nudillos por tercera vez. Jugó
con la idea de encontrar un callejón para despellejarse las manos o la cabeza—¿por
qué no?— contra los ladrillos.
Debía marcharse a casa
seguramente ahí encontraría algo que golpear hasta que le sangraran las manos.
Dragos tomó una larga inhalación del aire frío y viciado y sacó las llaves de
la Harley Davison aparcada en un rincón.
Antes de poder encender
la maquina su aguda audición captó un débil sonido, lejano y tan tenue que los
humanos no podían escucharlo. Cerró los ojos para concentrarse, dejando que sus
oídos trabajaran.
Ahí estaba de nuevo…
gritos agudos, quizás la oportunidad de una buena pelea.
Con algo de suerte podría
encontrar una salida para su rabia, una válvula de escape.
Intentando escapar de si
mismo echó a andar por las calles desiertas sabiendo que sin importar que tanto
corriera la bestia correría con él.
* * * *
Harry Pikett lanzó una asquerosa
maldición al ver a su presa escapar.
La noche había comenzado sin contratiempos, su plan estaba bien definido
para logar su meta final, el extermino de todos esos engendros de Satán.
A medida que el tiempo pasaba, la idea de largarse de ahí comenzaba a
hacerse cada vez más y más fuerte. No es que no deseara complacerla pero se
hacía tarde y con los lobos había que andarse con cuidado.
Si lobos, Harry estaba al tanto de el sucio secreto que esas criaturas
guardaban. A pesar de parecerlo los Varek no eran humanos, sino criaturas
demoniacas a las que era necesario destruir para bien de la verdadera
humanidad.
Pero quizás era mejor hacerlo en otra ocasión.
Estaba por marcharse cuando la puerta de O´sheas se abrió y Dragos Vareck
salió a la noche.
Como siempre, Harry sintió la mezcla de envidia corrosiva y repulsión como
cada vez que veía a alguno de ellos.
—¿Lobo estas ahí?— moduló con
los labios.
Sonriendo taimadamente levantó el arma apuntando directamente al pecho
del lobo, respiró profundamente y aguardó. Un momento más y el primero de ellos
moriría.
Parecía tan fácil que casi no tenía gracia. Harry exhaló, levantó la
muñeca con el arma amartillada y contó.
Uno…dos… y
El lobo salió corriendo hacia la noche como si lo persiguieran los demonios del infierno.
Maldita fuera su sangre,
pensó mientras bajaba la Glock sin haber logrado disparar.
Harry odiaba a los Vareck por varias razones, la primera de ellas era la
excusa que necesitaba para aborrecerlos con todas sus fuerzas: a pesar de todo
ese deslumbrante aspecto los Vareck ni siquiera eran humanos.
La segunda era simplemente la más básica y la que jamás admitiría en voz
alta: como hombres ellos eran lo que él nunca sería, altos, fuertes, bien
parecidos, ricos y con éxito con las mujeres.
La tercera, era un tanto prosaica pero igual de valida a sus ojos: Harry
no entendía la razón por la cual contando con tantos recursos, dinero y
pudiendo entrar a cualquier lugar —dado que los Vareck eran dueños de una de
las más exitosas firmas de consultoría financiera en Boston— tenían que ser
asiduos de O´Sheas el bar más sucio y corriente de Misión Hill.
Malditos fueran.
No le agradaba esa parte de la ciudad, no porque no estuviera
familiarizado sino por el contrario, la conocía demasiado bien y detestaba
estar ahí.
Odiaba esos mugrientos callejones, odiaba el olor a basura que parecía
pegarse a su piel y si no fuera por la devoción que le tenía a Ella se daría la vuelta e iría a buscar
un par de tragos en algún lugar digno de su categoría en vez de esconderse como
una rata vigilando a los Vareck en espera de una oportunidad.
Y ahora al ver correr a ese maldito, la ira por las horas desperdiciadas
aguardando lo hacía odiarlos más sobre todo porque sin importar sus deseos
debía seguirlo por esas calles olvidadas de de dios.
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