Extraños íntimos
Vino, música, noche,
una tregua que nadie pidió, la terraza de un bar con aspiraciones bohemias. Tú vistes
una camisa de lino, los jeans de siempre, yo, un vestido con regusto cincuentero
y tacones que nunca use antes.
Me miras y sonríes, te
miro y no sé qué decir excepto exhalar un saludo que más parece un suspiro. Me veo
hermosa, dices, acepto tu cumplido con elegancia y mientras te sientas en mi
mesa ninguno habla. ¿Qué podríamos decirnos? ¿Qué queda entre los dos?
Nada.
Excepto charla intrascendente,
sin promesas, ni recuerdos. Ninguno evoca el pasado, ni el cielo ni el infierno
que hemos atravesado. Estamos aquí y
ahora, no necesitamos más, especialmente si tenemos el sabor joven y fresco de
un vino sin apellidos, el calor que contrasta con la brisa santanera, los
acentos placenteros de una melodía que todo lo llena.
Tomas mi mano y yo sigo
los pasos que nos llevan a una improvisada pista, donde tus brazos rodean mi
talle, y como si no todo estuviera dicho entre nosotros descanso mi rostro en
tu pecho, para mecernos muy suave, como si temiéramos hacerlo.
Me estremezco y preguntas
si estoy bien, asiento culpando a la cálidamente inocente madrugada.
Tiemblo porque mi cuerpo
te recuerda y sé que tu cuerpo me añora, porque aunque no te quiero y no me
amas, somos íntimamente cercanos, extraños y distantes, una pareja que ya no lo
es, unida por el placer de lo lícitamente ilícito.
Tu mujer, tu nueva
mujer, estará en tu casa, sin duda esperando a que regreses, tal vez plácidamente
dormida, tal vez mordiéndose el vientre y las uñas con la sospecha. Imaginarlo me
proporciona un placer perverso, ¿Acaso existe algo más perfecto que la venganza
que no se busca?
Sé a dónde iremos, no
será mi casa, no entraré en la tuya, una habitación anónima de un hotel de paso,
nos proporcionará el lugar.
Instantes robados, el
tiempo.
Estoy segura que nos
arrepentiremos.
Por lo menos yo lo
haré, pero será hasta que tu carne y mi carne se unan de nuevo, tu boca vuelva
a beber de mí y mis manos te recorran de norte a sur. Estarás en mí, rodeando, ciñendo,
teniendo, sin saber quién de los dos es el que agoniza de placer.
Después, cuando
yazcamos jadeantes, en una cama que nunca ha sido nuestra, querré marcharme,
olvidar que te quise y que ya no lo hago más. Olvidar que lo nuestro se fue
como una hoja que la tormenta arrastra.
No me dejaras, dirás
que no hay prisa, que nuestra despedida aun no llega, que aún nos queda
madrugada y yo…yo dejaré que me persuadas y comenzaran otra vez los besos, te
tomaré y me daré de nuevo.
Cuando nos despidamos
será para siempre, hasta nunca, estaremos seguros de que todo ha terminado, la comezón
ha sido rascada y nada queda.
Hasta la próxima vez.
Hasta la siguiente
noche.
Tuya para siempre,
Malena.
Malena Cid