—Si fuera tú le quitaría
las manos de encima en este momento
Los dos yonkys se congelaron un segundo y enseguida entraron
en pánico.
—!Qué coño!—Saltó
sorprendido el tío que se cubría la sangrante nariz con las manos, el otro se
agitó como si fuera a convulsionar.
Gracias
a Dios pensó Sam, ahora por favor que alguien le quite la navaja
o va a terminar por cortarme.
Los drogatas nerviosos
parecían a punto de dejar todo el asunto y salir por piernas, la poli había
llegado, estaban jodidos o eso creyeron hasta notar la ausencia de luces,
sirenas y tíos en uniformes, la valentía regresó al comprender que nadie iba a
arrestarlos.
El par giró buscando del
origen de aquella voz.
—Dije que le quitaras
las manos de encima—repitió monocorde el desconocido, — No es que importe, pero
sería una buena idea que la dejaras ir antes de que nos conozcamos mejor —puntualizó.
Usando a la chica a modo
de escudo para evitar cualquier ataque sorpresivo, los drogatas se movieron
describiendo un precario y oscilante círculo.
Tres pares de ojos se
dirigieron hacia una esquina en donde la oscura silueta de un hombre se perfiló
al pie de un árbol del Cambridge Park.
—Es nuestra — gritó el
delincuente envalentonado por la ausencia de uniformados y la obvia ventaja
numérica —lo que hagamos con ella no es tu maldito asunto.
—No— concordó sensato hombre
—no es mi problema...
—Lárgate de una vez —el
yonki temblaba como gelatina.
—Oh mierda— el desconocido
parecía verdaderamente exasperado cuando salió de entre las sombras caminado
con paso firme y pausado hacia ellos—ya cambia de tonada me enfermas.
El corazón de Sam cayó
al piso cuando la luz difusa de las farolas lo iluminó. Siendo adicta a las
novelas románticas Sam había leído frases como “el aura de peligro que lo envolvía” y las había considerado tan
usadas que resultaban poco creíbles…hasta esa noche.
El par de Yonkis eran
peligrosos, sin duda, pero aquel hombre era letal. Cualquiera podía verlo.
Era tan alto que
resultaba intimidante, al menos les sacaba una cabeza a los adictos. Una oscura
cabellera ocultaba una parte de la cara y arrojaba sombras sobre el lado que
permanecía descubierto convirtiendo sus facciones en una incógnita, la única
parte visible eran sus ojos dorados como el ámbar que relucían como si el fuego
ardiera en su interior. Cada movimiento de sus hombros, cada paso, dejaban ver
una impresionante musculatura.
Vestido con jeans
desgastados, camisa negra y una cazadora de piel, el tipo destilaba amenaza
desde la melena digna de un lobo hasta la suela de sus botas de motociclista.
Y no parecía tener un
solo hueso altruista en el cuerpo.
¿Sería el desconocido su
salvador o un nuevo y más peligroso delincuente? ¿Por qué no podía haber llegado un oficial de policía o un par de
uniformados con las armas listas? ¿Los bomberos? ¿La guardia civil?
No…
tenía que ser Hannibal Leccter.
—!Vete!—Chilló nuevamente
el tipo de la gabardina militar.
—Joder que repetitivo
eres —respondió el hombre avanzando sin prisas pero sin pausas.
A pesar de su aparente indolencia
a Sam se le erizó la piel.
No, decidió, ÉL no era Hannibal sino Dexter, un asesino encantador pero letal.
Un tipo malo en más de un sentido, que sin embargo poseía magnetismo animal, la
dureza de diamante en sus ojos dorados, una cualidad depredadora en cada
movimiento de su enorme cuerpo y cierto júbilo por la situación, tan
absolutamente fuera de lugar que causaba escalofríos. Todo ello contenido en un
recipiente que hubiera convertido al Brad Pitt
de Telma & Louise en un niñato de instituto.
—Ahora
bien—dijo el recién llegado Brad posando levemente los dorados ojos en ella de
manera impersonal. —si no quieres soltarla te pediría que tuvieras cuidado con el Parkinson tío, no creo que ella
agradezca que le pongas otra sonrisa.
La mano del tipo tembló dándole
la razón.
Sam tuvo
la certeza de que él sólo buscaba la emoción de la pelea sin importarle si ella
quedaba o no en el medio.
—Supongo que lo tienes todo
bajo control. —el tipo sonrió como un tiburón.
No, por supuesto que nada estaba bajo control, ni una jodida cosa se
encontraba medianamente controlada pensó
Sam, y a juzgar por la forma en la que
Brad le hablaba al Yonki podía jurar que lo retaba a hacerle daño.
¿Quién dijo que la caballerosidad ha muerto? Pensó con mordacidad, ¡Mierda, no
se suponía que fuera así!
Dragos observó la insegura mano
que sostenía el arma y vagamente se preguntó si el yonki realmente quería
hacerle daño a la chica, era una posibilidad real, aunque podría tratarse de una
simple una bravata. Cualquiera que fuera el caso carecía de importancia; la
presencia de la chica era circunstancial.
Dragos sólo buscaba un desfogue
de tensión que se acumulaba sobre su cuello como si fuera una garra invisible.
Ella era— en el mejor de los casos— un medio para alcanzar un fin.
—!La cortaré!—Ladró el drogata
tirando del brazo de la chica, la espalda de ésta se arqueó levantando sus pechos,
la sangre corrió en un delgado hilo hasta mancharle la blusa.
La ingle de Dragos dio un tirón,
sus ojos dorados se dirigieron al hilillo de sangre y sonrío despectivamente.
—¿No lo has hecho ya?, Vamos, estúpido, alégrame la noche, clava un
poco más esa navaja, dame una excusa para arrancarte el cuello.
Estaba a punto de conseguir lo
que tanta falta le hacía: machacar lo que se pusiera enfrente, desfogar la
furia que le corroía las entrañas. Las
uñas le picaban deseando salir de sus vainas, la piel a causa del deseo de liberar
al lobo de su prisión, su cuerpo tenso esperando el momento. Si poder funcionar
más o menos bien significaba que debía cargarse a la escoria para sacarse la
mierda de encima pues que remedio. Por lo menos haría algo útil.
Era una pena que la chica
estuviera en medio. Dragos se inclinó imperceptiblemente con cada músculo de su
cuerpo listo para saltar.
Deseaba evitar causar más daño
del necesario pero realmente ella no era su prioridad. Avanzó un paso.
—Retrocede—dijo el tipo de
cabello color paja punzando el cuello una vez más.
Un reguero rojo se unió al
primero deslizándose sobre la traslucida piel. Sangre sobre porcelana. Sus
instintos se agudizaron al máximo al sentir el olor metálico, el Spalvain
enseñó los dientes en una sonrisa.
—¿O qué harás?— preguntó olfateando
con deleite.
—La mataré —amenazó el
drogadicto clavando la punta del arma un poco más. Su compañero, parado a un
metro se agitó nervioso, sus piernas se movían frenéticas.
Dragos estaba seguro que se
moría de ganas de pirarse se ahí. Su pico de coca —o lo que fuera que se
estuviera metiendo—estaba costando más de lo que había previsto.
—¿Por qué habría de importarme?—preguntó
despreocupado. La sonrisa no le llegaba a los ojos. —Hazlo, por mí puedes
cortarla todo lo que quieras.
Sam no pudo evitar hacer un
gesto de alarma, aunque no esperaba otra cosa de él.
A pesar de la intención que
llevaban sus palabras no desataron una respuesta histérica. La chica no lloró,
ni entró en pánico, simplemente lo miró con furia y resignación. Como si le
cabreara comprobar que era un hijo de puta.
Que esperabas chica pensó Dragos no soy el caballero de nadie.
—Joder hermano por qué no te
piras—el tipo que intentaba detener la hemorragia nasal levantó las manos
manchadas de sangre e intentó explicarse con voz gangosa—sólo queremos la
pasta.
—Me tiene sin cuidado—respondió
sin mirar directamente a los yonkis. —yo sólo quiero…
La chica lo miró llena de
irritación, temor y algo más, un sentimiento al que se enfrentaba cada mañana
frente al espejo: decepción. Pura, clara y absoluta decepción reflejada en el
castaño de sus ojos. Ella lo había juzgado, medido y hallado culpable.
A su pesar perdió el hilo de
sus pensamientos. Su corazón se detuvo un momento antes de comenzar a latir
desenfrenado.
—Simplemente preferiría que la
dejaran irse antes de que nos conozcamos mejor.— retomó la plática ignorando
deliberadamente el tumulto en su interior.
—Podemos compartirla —ofreció el
drogata de la navaja saltando y con la voz convertida en una serie de notas
disparejas —si nos dejas la pasta te daremos el primer turno.
La sensación de culpabilidad resultó
desconcertantemente aplastante, como si repentinamente la seguridad de la chica
se hubiera convertido en asunto suyo.
No debería importarle, después
de todo, ella era solo una humana más, una con poco criterio para caminar por
esas calles desoladas a las tantas de la noche. Una punzada de ira se clavó en
su mente. Qué coño quería esa ingenua de él, ¿deseaba que la rescatara? ¿La
salvara?
—Qué dices hermano?— preguntó
el Yonki en medio del silencio de Dragos.
¿Compartirla? La idea lo hizo
rechinar los dientes. Él no compartía a su mujer con nadie.
¿Mierda de donde salió eso?
Ella no significaba nada y él
no era el salvador de nadie.
Lo que deseaba era simple:
romperles la cara a ese par de drogatas. Abrir la represa y dejar que las aguas
volvieran a nivel, por lo menos hasta la siguiente vez…
Y estaba tan jodido que ni
siquiera eso podría hacer bien, sin revolver las cosas y convertir todo el
asunto en un rescate al mejor estilo de Hollywood.
—¿La quieres? puedes tenerla.
Antes de poder controlar su
gran boca se escuchó decir:
—No soy bueno compartiendo—Dragos
se alzó de hombros— y tienes hasta tres para soltarla.
¿De dónde coño habían surgido
esas palabras? Quizás era simplemente la incómoda sensación de ser juzgado o el
deseo de hacer algo estúpido como ponerse entre ella y esa escoria.
—!No!— gritó el drogata
envalentonado, al percibir el interés de Dragos,— tú tienes hasta tres para
darme tu billetera o la mataré, lo juró,— sus manos ahora saltaban como conejos
colados con anfetaminas, la punta de la navaja arañaba el cuello de la chica
pero ella permanecía inmóvil.
Joder el yonki iba volando directo a un serio caso de síndrome de
abstinencia, pensó Dragos, no tenía
importancia, sólo debía atenerse al guion.
Ella lo enfrentó una vez más,
su callada desesperación y el valor que había en sus grandes ojos whiskey hicieron
cambiar el mundo de Dragos para siempre.
—Uno—se escuchó decir con esa
mirada clavada en él.
El yonki se agitó sacudiéndose,
su compañero miró a todas partes sin saber qué hacer.
La sonrisa de Dragos se
convirtió en una mueca de autodesprecio, un gesto hecho de dientes y burla.
—Dos.
¿Ella quería un héroe? Lo
tendría.
Cuidado con lo que deseas nena por que puede hacerse realidad pensó, solo
que a veces obtienes algo que no esperabas.
—Vamos hermano —rogó el drogata
al tiempo que daba un tirón al brazo de la chica quien no pudo evitar gemir. El
sonido resonó con la fuerza de una campana en un cuadrilátero de boxeo.
Dragos no tuvo conciencia de
haberse movido, hasta que golpeó con todas sus fuerzas el cuerpo del yonki al
tiempo que rugía:
—Tres, y no me llames hermano.
Sam no pudo seguir los
movimientos del hombre, el espacio y el tiempo se convirtieron en una serie de
imágenes cambiantes antes de que todo se tornara en negro sobre negro.
El aire escapó de sus pulmones
ante la fuerza con la que fue levantada del suelo. En medio del caos, perdió
todo punto referencia mientras giraba sin control. Ni siquiera sintió dolor el
punzante dolor de su brazo al ser arrancado de la mano de su captor.
Una vez libre, se aferró al
primer objeto solido que le salió al paso, cuero,
pensó vagamente, reaccionó por instinto buscando la solida y real calidez que
un cuerpo desconocido le ofrecía en medio del caos.
Cuando todo terminó se encontró
tendida de espaldas sobre la grama húmeda, la oscura bóveda cuajada de
estrellas se extendía muy arriba e interponiéndose entre ella y el cielo, un
par de ojos dorados que la miraban con total abstracción.
—Oh Dios—chilló aterrada.
—Todo lo contrario—susurró el dueño de los ojos antes
de sonreír con frialdad.